21 de noviembre de 2009

Sueños de Niños


–Una Flor –dijo la niña.
–Un ave –dijo el niño.
–…mmm…–la pequeña se arregló el flequillo con la mano y, alzando la mirada, exclamó –el cielo, el cielo azul.
–El cielo…el cielo… –Aún era temprano y no se podían ver las estrellas, de hecho, no veían más que un azul infinito sobre ellos– ¿Una nube? –Preguntó él, notando que no había ninguna.
–…Una nube…mmm… Sí. Pero si es blanca. –repuso ella.
–Entonces, una nube blanca…–dijo él con una sonrisa– pero ¿y si fuera gris?
–Bueno… –sonrió la niña– en ese caso… ¡Lluvia!
–… ¿Lluvia? –Preguntó perplejo el niño– Hoy no. Pero agua sí.
–Un río entonces.
–El mar, mejor.
–Un océano entero –dijo ella.
–Pescadores.
–¿Conoces a alguno? –pregunto al niño con curiosidad.
–No –dijo él–, pero los envidio. Debe ser bonito vivir en el mar. Papá y yo –una mueca de disgusto se dibujó en su rostro– vivimos en un piso muy pequeño. Él trabaja en un edificio muy gris… Quizás a él le gustaría más trabajar en el mar.
–Sí, seguro que sí… ¡Es tan bello! –Suspiró ella– Con sus peces… Sabes, me gustan los peces.
–¡A mí también!... –dijo él– ¡…En especial asados!
Ambos rieron pensando en pescados asados, desde el pequeño Querubín, la mascota de su clase; un pequeño pescado rojo que siempre había estado ahí, hasta los que habían visto en los libros. Luego ella continuó:
–¡Tú solo piensas en comer! –Lo reprochó en broma–…entonces, una cena.
–Una cena, bien… –dijo él–…Una casa.
–¿Grande?
–Sí, muy grande. Con patio y antejardín. Con una gran sala.
–¿…Y con ventanas grandes?
–Él Continuó –…Y ventanas grandes, y paredes blancas.
–…Me gusta el blanco. –Dijo ella interrumpiéndole–
–A mí también.
Ambos guardaron silencio. No fue sino hasta ese momento en que se dieron cuenta de lo que estaban hablando. Ella se arriesgó:
–¿Una familia? –Preguntó.
–Con un hijo –dijo él.
–Dos. – dijo ella.
– Vale…–Respondió entusiasmado el pequeño– y todos en la mesa cenando pescado.
–¡No! Pescado no. No me gusta. –Ella frunció el ceño y él no dijo nada durante unos segundos… Hasta que ambos sin planearlo exclamaron— ¡Pollo!
Guardaron silencio un segundo y luego soltaron una carcajada.
–¿Eso quieres? –preguntó la niña.
–Si –dijo él– que sea pollo... ¿Y en el centro de la mesa?
Entonces ella se levantó, fue a un matorral cercano y tomo una margarita. Antes de marcharse corriendo a casa, se acercó al chiquillo y, dándole la flor y un inocente beso en la mejilla, susurrando le dijo –Una flor… Esta flor–.

1 ya dijeron que pensaban. ¿Y tu?:

un diálogo inocente y tierno, muy hermoso sinceramente

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