WIGOblog

Una iniciativa de creación literaria. Cuentos, microrrelatos y poesía.

SUEÑOS DE NIÑOS

–El cielo…el cielo… –Aún era temprano y no se podían ver las estrellas, de hecho, no veían más que un azul infinito sobre ellos– ¿Una nube? –Preguntó él, notando que no había ninguna.

OBITUARIO - JAIRO ANÍBAL NIÑO

Ha muerto un hombre cuya madurez fue inocencia. A quien los años no le sumaron adultez sino infancia; un hombre que regalaba bosques en cajas de semillas y veía flotillas enteras de barcos en charcos.

NEGRO

—Recostado sobre la cama miré a través de la ventana en la que apenas se proyectaba la luz de una escuálida luna opaca, seguramente por el paso de una nube —dijo el anciano con parsimonia, mientras ponía azúcar a su café. Luego de probarlo, continuó—

CONTENER EL ALIENTO

Contener el aliento,//Cerrar los ojos.//Recordar.//Intentarlo, al menos.//Recordar la valentía heroica,//la intrepidez diaria.//La infantil alegría,//la mañana clara.

28 de enero de 2010

La Tenacidad Del Bogotano y La Fortaleza Del Madrileño

Día y hora, Lunes, 6:46 AM. Lugar, Calle 26 a la altura de la Gobernación de Cundinamarca. La fila de carros avanza con lentitud. Un niño llora en un autobús mientras el conductor tararea el vallenato que, carraspeado por los viejos altavoces, suena en la radio. Una señora de forma increíble adelanta en su auto unos cuantos metros y, adivinando la espera, empieza a maquillarse con ayuda del retrovisor. Afuera, en la calle, hace frío. Una típica mañana bogotana. En los carros, hace calor… En los autobuses, tanto que es insoportable. Una nube de humo y polvo se levanta sobre la ciudad y ni los peatones, ni los vendedores y mucho menos los conductores lo ignoran. Muchas personas corren a lado y lado del puente que atraviesa esta importante avenida. Tramitadores, abogados, estudiantes e incluso militares y policías son parte del paisaje. Todos tienen algo en común. Van tarde. El trancón, como se suele llamar en Colombia  a los embotellamientos, es descomunal y retrasa los planes de todos los que intentan moverse por allí, indiferentemente si van a pie, en coche oficial o en autobús.
— ¡Está tenaz! —Dice a un amigo por el móvil la mamá del niño que llora. Luego añade—. Si… que si... Qué yo salí a tiempo…  No sé, como quince minutos y no nos hemos movido… No, no sé, espero que no… Pero es que parece que se estrelló un carro… o no sé. Total: ¡Esta tenaz!
Día y Hora Lunes, 7:46 AM. Lugar, Coche de metro de línea 6, en algún punto entre las estaciones de Cuatro Caminos y Guzmán el Bueno. El metro a  reventar, como es habitual el primer día de la semana, colmado de gente de todos los colores, edades, profesiones, destinos y nacionalidades. En una de las bancas de cuatro puestos, están sentados un ecuatoriano con su hija en las piernas, un anciano español, una delgada y rubia rumana, y un colombiano. Alrededor de ellos una plétora de jóvenes universitarios —la estación de la ciudad universitaria es solo dos estaciones después— y de oficinistas. Muchos de ellos tienen reproductores Mp3 o móviles que usan para escuchar música durante el viaje; otros solo conversan, muchos otros leen y otros intentan, en medio del apicassado paisaje que recuerda por su atropellado orden al Guernica, dormir una placida siesta. Sin embargo, el “orden” se rompe cuando por el altavoz un hombre, el conductor del metro, anuncia con parsimonia:
—Por motivos técnicos  la línea seis presta su servicio a una velocidad más lenta de lo normal.
— ¡Qué fuerte! —exclama uno— Hoy si madrugue ¡Y mira!...
—Solo madrugas para los exámenes e incluso a ellos llegas tarde —respondió una voz femenina—, luego tenemos que darnos caña porque el examen no es en la clase, sino al lado de la oficina de Mercedes.
— ¡Madre mía! Eso está lejísimos… ¡Y yo que iba a salir más tarde!
Una voz, ya no del conductor sino una femenina, vuelve a resonar y sin pedirlo, todos guardan silencio para escucharlo:
—Señores pasajeros, Metro de Madrid informa, que por motivos técnicos el servicio entre las estaciones de Cuatro Caminos y Príncipe Pio sufre un retraso de más de 30 minutos.
— ¡¿Más tarde?!... ¡Qué fuerte me parece!—Exclamó la chica—. ¡Ya no alcanzaremos al examen!
—¡Joer… Este si me lo había preparado!...
Hay veces que no es que el tráfico sea solo insoportable, o el llanto de un niño desesperante, o una canción insufrible; hay veces en que no es que el metro solo esté atestado, o que no se esté preparado para un examen. Hay veces donde pasa todo. Nos pasa todo y, además, todo junto. Es en momentos como esos, fuertes y tenaces, donde se prueba de que pasta están hechas las personas; Cual es en realidad su capacidad de reponerse a los problemas y seguir adelante. Ahí, cuando la situación “¡Está tenaz!” y la lentitud del metro nos hace, si no decirlo, al menos pensar “¡Qué fuerte!”… En detalles tan simples como tener una palabra fija para describir algo complejo, es donde se ve lo grandes que nos hacen nuestras ciudades de origen. Quien dijo que una imagen vale más que mil palabras no conoce ni la tenacidad del bogotano, ni la fortaleza del madrileño. Para los dos, una palabra vale más que mil imágenes.

27 de enero de 2010

El Mayor Problema

El problema de lo que pasó entre nosotros no fue que me dejaras. No tenía sentido entonces insistir en que volvieras, en que te quedaras conmigo. De hecho, los dos lo sabemos, hoy tampoco lo tiene. Era preciso que me dejaras y ese era el momento. Eso lo comprendí. Fue lento, complicado y doloroso, muy doloroso, pero lo hice.
No fue que me dijeras, casi sin explicaciones y estando lejos como estabas, que era preciso no volver a hablarnos; ni fue tampoco la súbita desaparición de tu nombre en mi correo y del buzón de voz del móvil. Aunque triste y difícil, el mayor problema tampoco estuvo en  el ejercicio de traslado de fotografías nuestras de los portarretratos dispersos por toda mi casa, a cajas, donde, como en ataúdes, podía descansar tu recuerdo.
Cuando te fuiste yo me quedé esperándote. No, no creas que me refiero a algo físico. No te hablo de esperar como quien espera el autobús, o como aquél que, sentado en una banca, en un parque o una plaza, espera la llegada de su cita. No fue así porque, a diferencia de las despedidas corrientes, la nuestra fue hecha cuando tú ya estabas lejos. Cuando ya te había dado dos besos y arreglado la bufanda para que no te diera frío. Te fuiste y luego, ya lejos, te volviste a ir. Ya no había posibilidad de besos o bufanda; ni de lágrimas a través del cristal o de último abrazo. No sé si por no tener eso, por alguna razón que aún intento aclarar, guardaba la esperanza de que por iluminación divina, sabría en mi corazón que estabas fuera de mi vida. Estarías lejos de verdad y no, como hasta entonces, ausente pero presente.
Te fuiste, es cierto ¡y dos veces además!... ¡Pero te conserve conmigo tanto! ¡De una manera tan intensa y tan profunda! …que nunca creí que en realidad te hubieras ido.
Cuando te fuiste yo me dedique a buscar tu rostro en otras personas, en todas las personas, y al no encontrarlo, se hizo difuso. Se convirtió en un ensamble de rostros nuevos y antiguos. De niños felices y de señoras apuradas; de ejecutivos jóvenes y mendigos harapientos; de músicos ambulantes y vendedoras tristes. En ese momento, cuando ya no sabía a ciencia cierta cómo era, cualquier rostro que veía de alguna forma, retorcida e incomprensible para cualquiera, pero meridiana y autentica para mí, tuvo algo que ver con el tuyo. Y ese fue y sigue siendo el mayor problema. Intentando olvidarte, todo el mundo quedó con algo del semblante  que yo hice para ti. Así hubo en el mundo solo un rostro diferente al mío, tu rostro.

24 de enero de 2010

Una Boda Original

Ninguno de los dos lo pensó cuando se conocieron. Él, tan distraído como siempre, ni se percató de como iba vestida y, de hecho, como suele ocurrir —a él con considerable frecuencia—, no recordaba cómo se llamaba ella al final de la cena en la que coincidieron esa noche. Ella por su parte lo notó gracioso, casi ridículo y sin  mayor importancia. No obstante, se sentaron cerca y platicaron un poco de todo y de nada. Cambiaron teléfonos, pero, a decir verdad, casi lo había olvidado cuando, terminada la reunión, fue a dormir a casa.
Pasados unos días hablaron más. El llamó primero. Se encontraron, al principio, de forma irregular, luego, casi sin planearlo, después con frecuencia y al final casi por necesidad. Miguel por fin aprendió su nombre, Clara, y además aprendió su risa, sus gestos y sus gustos. La sabía fanática de ese grupo que él detestaba y, aún así, a pesar de eso, se descubrió enamorado. Clara, por otra parte, descubrió que el carácter risueño de Miguel le iba bastante bien. Reía con él —mucho, más de lo que acostumbraba, que, además, ya era bastante—, y a veces dejaba caer frases con las que, pensaba ella, podrían pensarse muchas cosas. Ella lo quería, lo quería mucho —que como solía decir—, era la forma en que sabía querer. Lo descubrió feliz cuando ella también lo estaba, e incluso cuando estaba triste todavía era feliz para alegrarla. De verdad lo quería mucho.
Es curiosa la vida. Muchos años después, él, en su habitual caos, pensaba en matrimonio. Planeaba como sería la entrega del anillo; que diría mientras lo entregaba. Nervioso cavilaba sobre la iglesia que elegiría, las flores que decorarían las sillas y a quién invitaría. Ella, por su parte, hacia también los mismos cálculos y muchos otros que nunca comentó, todos ellos con el detalle propio de una novia en potencia que es, por supuesto, mucho mayor. Así se pensó la boda. Como si de un único plan se tratara; como una pieza de piano tocada a cuatro manos.
Sin embargo, el curioso azar movió las fichas. Al final, como era de esperarse, si hubo boda. Las flores fueron azucenas, como Miguel quería; también fue una ceremonia muy íntima y familiar como lo habían pensado, cada uno por su cuenta, preocupados por  mantener el calor familiar de la celebración. Incluso, un organista, no un equipo de sonido, tocaba la marcha nupcial y ella, preciosa, toda de blanco, como su vestido la noche de la cena donde conociera a Miguel, se acercaba al altar ante la mirada expectante de los asistentes. Todos estaban allí. Todo era perfecto, tal como ambos lo habían pensado. Sin embargo, Clara tenía claro mucho antes de esa feliz escena que algo debía cambiar. El que esperaba frente al sacerdote, con un frac y sonrisa paloma, ciertamente, no era Miguel.

23 de enero de 2010

Pienso luego...*

—Solo pienso— dijo ella.
—¿Solo piensas? —preguntó él, después añadió— Luego, ya no existes, ¿o existes?¿O piensas que solo existes?... —mirándola con expresión confusa, continuó— Pero, puede que, dado que piensas, existes... ¿O no piensas, solo existes, y dices pensar? Pero, y si piensas, pero no en existir ¿Sabes que existes? Hmmm… —Farfulló él como intentando salir de un invisible mar de dudas, finalmente preguntó— Si no piensas que existes, dado que no sabes que existes ¿Es importante en lo que piensas?
—Pienso que existo —Afirmó ella sin prisa—. Luego pienso en lo que existe, por tanto, también existo —Con una gran sonrisa, concluyó—. Pero sí... Sólo pienso.

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* Este microrrelato no habría sido posible sin la ayuda de Juliette. ¡Muchas gracias!

18 de enero de 2010

La tierra, un tema de juicio

En Corrección...