WIGOblog

Una iniciativa de creación literaria. Cuentos, microrrelatos y poesía.

SUEÑOS DE NIÑOS

–El cielo…el cielo… –Aún era temprano y no se podían ver las estrellas, de hecho, no veían más que un azul infinito sobre ellos– ¿Una nube? –Preguntó él, notando que no había ninguna.

OBITUARIO - JAIRO ANÍBAL NIÑO

Ha muerto un hombre cuya madurez fue inocencia. A quien los años no le sumaron adultez sino infancia; un hombre que regalaba bosques en cajas de semillas y veía flotillas enteras de barcos en charcos.

NEGRO

—Recostado sobre la cama miré a través de la ventana en la que apenas se proyectaba la luz de una escuálida luna opaca, seguramente por el paso de una nube —dijo el anciano con parsimonia, mientras ponía azúcar a su café. Luego de probarlo, continuó—

CONTENER EL ALIENTO

Contener el aliento,//Cerrar los ojos.//Recordar.//Intentarlo, al menos.//Recordar la valentía heroica,//la intrepidez diaria.//La infantil alegría,//la mañana clara.

13 de mayo de 2010

El Espejo o La Duda

Siempre me he preguntado que le puedes decir a alguien que tiene ojos de perro abandonado. Esos ojos mustios que se ocultan tras un velo que alguien bordo con lagrimas dicen tanto y de forma tan breve que exigen casi a gritos una respuesta. Es cierto, la angustia, la tristeza, el desamparo y la desesperanza siempre suscitan más interrogantes que la felicidad, la dicha o la buenaventura. Además de soportar el sobrecogedor sentimiento de la pena, esos ojos tienen que llevar a cuestas un abrumador cargamento de preguntas. Sí, es un hecho. Siempre he querido saber que se puede responder a alguien que te hace callar sin decir nada; que consume tu aliento solo levantando la mirada. Siempre me he preguntado que le puedes decir a alguien que tiene ojos de perro abandonado. Pero es más grave aún cuando esa mirada que te calla, que te sorprende, que de triste te suscita cierta reverencia, cierta piedad y que por sórdida, e incluso por sombría, deja un vaho de podredumbre en el ambiente llega hasta ti asomada lánguidamente en el reflejo de un espejo.

8 de mayo de 2010

Verde

Sentada en el prado Mariana veía como aquél chopo se mecía con el viento. Lo hacía como siempre, como todas las tardes desde que cambió su apartamento en la ciudad por la casita de campo en la que vivía. El cambio le había sentado bien, ya podía dormir sin pastillas y no tenía que pensar tanto en que ponerse para salir. Ya no había más autopistas ni atascos, pero lo mejor —pensaba ella— era esa pradera que daba al horizonte, interrumpida solo por el alto chopo bailarín que se mecía para ella todas las tardes. Mariana iba en su bicicleta roja y destartalada por el caminito, donde se cruzaba con algún campesino de sonrisa fácil de los que saludan alzándose el sombrero, y llegaba a aquella postal que hasta ese día pensó que solo ella disfrutaba, al menos eso pensaba hasta ese día. A lo lejos había alguien, un chico con una sombrilla negra que miraba al mismo lado, ella se acerco a él y tan alegre como la el paisaje invitaba a estar, sin mucho protocolo se sentó a su lado y lo saludó:

 —Hola, es bello el paisaje ¿verdad?
 —Si, de veras lo es —dijo él acomodándose las gafas, sin parecer muy sorprendido, añadió— pero, ¿Te has fijado en el viento?
 —¿El viento? —Preguntó Mariana algo desconcertada pero con la mirada fija en el chopo—
 —Si, el viento, te has dado cuenta como hace hablar al prado, parece que le diera voz... Como si fuera un rumor que crece.

 En ese momento el viento golpeó a la pareja. El largo cabello de Mariana se meció como lo hacia el largo pasto de la pradera acariciando por un momento la mejilla del chico.

 —¿Ves? —Preguntó él— Hasta tu cabello baila durante la charla.
 —No lo había pensado así —respondió Mariana y mirando al chopo suspiró— pero tienes razón... ¿Qué dirá?
 —No lo sé. Pero ha de ser algo o muy bueno o muy malo...
Girando la cabeza, mirándolo, Mariana preguntó: —¿Por qué lo dices?
 —Mi madre, que era muy sabia, decía que así son los rumores, empiezan por algo mínimo, algo muchas veces ridículo, y que de repente sin que nadie lo planease —dijo acomodándose de nuevo las gafas—, causan un ruido ensordecedor...
 —Pero no creo que sean malas las cosas que pueda decir el viento en este lugar —repuso ella—, al menos no hoy... por lo menos no ahora—. El chico sonrió y en tono insinuante agregó:
 —Quizás tú eras el rumor del viento…

 Mariana no pudo evitar sonrojarse, agachándose, escondida en su cabello lo disimulo, según creyó ella, con éxito. Enseguida, él preguntó:

 —¿Cómo te llamas?
 —Mariana —Dijo ella con un hilo de voz—, ¿y tú?.
 —Esteban, —y alzando la mano en un gesto muy casual, saludó— Un placer. Sabes Mariana, tienes razón, el viento, al menos este viento no puede decir cosas malas. El prado es el que nos habla aquí y debe estar tan verde que no puede transmitir más que esperanza.
—Sí, de veras es muy verde... Yo vengo aquí porque me siento tranquila... quizá ese sea el mensaje del viento.
—Sí, quizá —asintió él, enseguida añadió—, tal vez tú seas el mensaje del viento para mi... quizás.

El sol se empezaba a ocultar alargando la sombra del chopo casi hasta donde se encontraban ellos.

 —Es hora de irse —dijo Esteban sin muchas ganas—.
 —Sí, es una pena —replicó ella con el mismo animo— ¿vives cerca?.—preguntó—.
 —No, pero podría. ¿Y tú?
 —Sí, vivo solo a unos minutos de aquí —respondió intentando comprender la respuesta—, ¿quieres tomar un café?

Esteban asintió y tomando su bastón se levantó. Mariana no lo había notado, solo en ese momento comprendió  el sentido de los lentes. Juntos se fueron caminando muy despacio charlando sobre el viento y lo verde que es. Tanto como una esperanza... Quien sabe que sorpresa depararía el café.

3 de mayo de 2010

Angustia de una Rana

—Me voy —dijo la luna a la rana—, es preciso que sea así.
—Pero ¿Qué haré en tu ausencia? —preguntó el batracio junto a su charca—, solo conozco el mundo al amparo de tu luz.
—No te aflijas. —repuso la luna— Que no sea mi luz la que esté sobre tu mundo no significa que lo que venga no sea más luminoso, —En ese momento el Viento del Oeste acarició al rana recién nacido, despidiéndose; luego el del Este, cálido como el amanecer que ya venía, hizo lo mismo dándole la bienvenida al mundo. En seguida la luna añadió— Confía. Confía en mí.
Entonces, mientras la luna se desvanecía en el horizonte, la rana se sumergió en el agua dejando sólo sus brillantes ojos fuera, a la espera, expectante. Aguardaba eso misterioso y oscuro que aún no conocía. Eso a lo que la luna llamó día.