WIGOblog

Una iniciativa de creación literaria. Cuentos, microrrelatos y poesía.

SUEÑOS DE NIÑOS

–El cielo…el cielo… –Aún era temprano y no se podían ver las estrellas, de hecho, no veían más que un azul infinito sobre ellos– ¿Una nube? –Preguntó él, notando que no había ninguna.

OBITUARIO - JAIRO ANÍBAL NIÑO

Ha muerto un hombre cuya madurez fue inocencia. A quien los años no le sumaron adultez sino infancia; un hombre que regalaba bosques en cajas de semillas y veía flotillas enteras de barcos en charcos.

NEGRO

—Recostado sobre la cama miré a través de la ventana en la que apenas se proyectaba la luz de una escuálida luna opaca, seguramente por el paso de una nube —dijo el anciano con parsimonia, mientras ponía azúcar a su café. Luego de probarlo, continuó—

CONTENER EL ALIENTO

Contener el aliento,//Cerrar los ojos.//Recordar.//Intentarlo, al menos.//Recordar la valentía heroica,//la intrepidez diaria.//La infantil alegría,//la mañana clara.

21 de diciembre de 2014

Lecturas

Sin razón aparente, Julia, mi hija de seis años, bajó uno de los libros de la biblioteca. Era uno de los libros de su abuelo; uno de muchos que habíamos tomado mucho después de que muriera y de que la madre de mi esposa vendiera su casa y se deshiciera de muchas de las cosas que de él conservaba. Mientras yo trabajaba frente al computador, Julia se plantó frente a la estantería y luego de revisar los lomos, como si los estuviera leyendo, se detuvo en ese y con mucho cuidado lo sacó de la repisa. Me llamó la atención pero no me resultó demasiado raro. Hacía tiempo hacía lo mismo, pero los últimos libros que había sacado estaban en la biblioteca junto a mi escritorio y por eso la pude observar sin que ella lo notara. Julia tomo el libro y salió de la habitación. Luego de un rato salí a tomar algo de la cocina y vi que lo puso abierto sobre la mesa del comedor y justo cuando regresaba estaba cambiando la página. No le di importancia y seguí hacia el computador. Ese día, lo recuerdo bien, lo único que se escuchaba en el silencio en el que suelo trabajar era el paso de las páginas. Dos horas más tarde volví a levantarme para estirar las piernas. Ella seguía frente al libro. Curioso, porque aún ella no sabía leer, me acerqué y le pregunté:
-Juli, ¿Qué haces? ¿Estás leyendo?...- Sonreí mientras ella cambiaba la página.

-No, papá -dijo mientras señalaba a mi lado- Mi abuelo Juan está leyendo para mí. 

19 de diciembre de 2013

Enjoyados

Ahí estaban todos ellos. Con collares henchidos de diamantes, rubíes, turquesas y esmeraldas. Los engastes, ricamente decorados, parecían más lazos de finas sedas que duro metal labrado. Brillaban las coronas, las diademas y los tronos: los cetros, los anillos, los bastones de mando y más de un toisón. Sujetados con fuerza por sus dueños, a través del cristal los veía; pero, no era tanto lujo ni tanta riqueza; no era el brillo de tanta grandeza lo que centraba mi atención. Era el vacío. El vacío de carne en sus manos, todas ellas en los huesos con la piel fijada a las falanges que sujetaban con fuerza, incluso con bríos, esas joyas que antaño las llenaron de gloria. El vacío, sí, el vacío en sus cuencas, donde otrora ojos brillantes, agudos y perspicaces brillaron y ahora eran hogar de gusanos inmundos. Así abandonaron el mundo, entre fétidos olores escondidos tras las acristaladas bóvedas que fungían como tumbas en aquel desgraciado lugar.

20 de septiembre de 2011

Venganza Divina


El cristo que colgaba en la antigua iglesia del pueblo fue bajado a golpes por uno que se decía capitán de regimiento. En su esfuerzo, ayudado por picos y machetes, lo desprendió casi entero, salvo por el brazo derecho que, escuálido, inerte y solitario, se aferraba fuertemente a una biga de la iglesia, su hogar hacía siglos, atado a una cadena que otrora lo sostuviera imponente sobre el altar. No obstante, el capitán, testarudo e iracundo, con algunos disparos reventó la cadena de la que el brazo del cristo se sostenía y a rastras, con gritos irrepetibles y escupitajos, lo tiró por el barranco que el antiguo templo dominaba. Ahí ocurrió lo impredecible. El brazo del cristo, su cadena, como en venganza, transmutó en látigo, golpeó al último hombre en tierra, el capitán, y arrancándole de un sólo tajo el brazo derecho se lo llevó de la mano hasta el fondo del abismo.

10 de septiembre de 2011

Una Reflexión

Es increíble, ¿no? Hace unos años los jóvenes eran la imagen de la juventud. Hoy, para sorpresa de algunos, tristeza de muchos y vergüenza de todos, la figura del joven en vieja. Es senil. Es borrosa, como un recuerdo de algo que no estamos seguros si sucedió. Largas y delgadas figuras que, más que vestidas, van disfrazadas por la calle, cargando la tristeza de un tiempo que no los comprende. Que los ignora. Que les roba la esperanza a ellos, que por definición deberían ser seres esperanzados y esperanzadores. ¿Dónde están los que decían que la juventud era el hoy y el mañana? ¿Se referían, acaso, sólo a la juventud a la que ellos pertenecían? En las calles, no solo de aquí, sino de todo el mundo, pululan rostros casi deformes por la pena, por la búsqueda banal e infructuosa de placer. Una búsqueda de infinito insatisfecha. Lo trascendental se le ocultó a toda una generación que no ve más allá de la fiesta, la bebida, la tecnología y el desarraigo de una sociedad que, inmersa en la economía, olvido a la  persona. Jóvenes familiares en familias que no los conocen; herederos de un profundo legado cultural que, en nombre del bienestar, olvidó la vocación del hombre de ser feliz durante toda su vida. No quiero, y lo aclaro de antemano, no quiero decir que la vida feliz es aquella sin problemas, sin dificultades, tropiezos o derrotas. Pero a toda una generación se le ha negado el derecho a conocer posibles respuestas a sus preguntas. Ya no hay familia alrededor de la mesa. Ahora quien se ocupa de la crianza es la televisión ante la ausencia de los padres. Siluetas de niños sentados durante horas frente a una pantalla, esperando. ¿Esperando qué, preguntarán? Esperando una padre que les hable, una madre que les mime. Ya no hay escuela. Hay producción masiva de bachilleres, técnicos y profesionales, mas, ellos aún buscan un alterego en el cual dejar fluir su intimidad. Una generación entera fue condenada a relatar sus problemas a amigos virtuales. ¿Qué es para ellos un amigo real? ¿Cleverbot? La misma generación que no supo que es salir de paseo por querer salir de paseo. La que se sintió obligada desde un principio a encajar en un sistema que le resultaba extraño porque nunca se le enseño a ser social. La silueta de la niña en una habitación oscura ante un televisor que solo emite estática, clásico del terror de finales del siglo XX, es lo que le ofrecieron muchos padres y madres a sus hijos cuando les solicitaron un consejo. No fue sólo esa niña la condenada al encierro de lo visual, fue toda la infancia. Esa niña era la infancia. Esas extrañas personas que evolucionaron desde ese punto a lo que hoy vemos en la calle con de desdén y disgusto, son el resultado de un interés mal dirigido. Ellos, como personajes de los cuadros de Modigliani, cada vez menos expresivos, cada vez más mustios, con sentimientos más grises y virtudes que saltan al vicio con el menor tropiezo son consecuencia de lo que no quisieron ver otros y nosotros aún nos negamos a ver. Lo importante no es sólo la economía, no es sólo la cultura, es, sobretodo, la persona. La mujer y el hombre que están allí ante nosotros esperando a ser reconocidos como personas. Es recordar al hombre a lo que nos llaman esos cuadros espantosos que salimos a ver cuando en el autobús vemos rostros carentes de expresión o, lo que es peor, llenos de una falsa alegría basada en lo material y pasajero. Es recordar la persona para hacer vida en él o en ella a lo que estamos llamados. Es un momento crítico. Es la dignidad de la persona lo que estamos todos llamados a salvar.

11 de agosto de 2011

Déjame, Déjame Siempre.



Déjame.
Déjame cumplir mis arrebatos,
y llenar de locuras cada día,
decir tonterías en los buses
y bailar sin gracia en las esquinas.

Déjame.
Déjame soñar mil fantasías,
intentar hacerlas realidad todos los días,
hacer cuentas con abrazos y sonrisas,
y descubrir su infinita maravilla.

Déjame.
Te lo pido.
Por el silencio nocturno de los parques,
por el ruido de la gente de la calle,
por el sendero invisible que en el aire
siguen juntos los aviones y las aves.

Déjame,
sólo, déjame.
Déjame comer en silencio mis desvelos,
ocasionados por mis constantes desaciertos;
beber despacio mis llantos y lamentos
para no manchar tu sonrisa que es mi cielo.

Déjame,
por favor déjame,
mantener vivo a ese niño interno,
que contigo corre, canta y cuenta cuentos;
que sin causa ríe y llora de alegría,
porque descubre la vida en cada sueño.

Déjame, ¿sí?
pero, eso sí, sin falta, déjame
estar a tu lado cada noche y cada día,
en todas las aventuras que tu pecho anida;
compartir contigo tu pena y alegría,
que allí donde vas, la vida es realmente vida.

25 de julio de 2011

Contener el Aliento

Contener el aliento.
Ver la vida que pasa.
Sin esperanza.
Con miedo.
Con Vergüenza.
Contener el aliento.
Ver el agua subir
sobre la gente,
sobre sus casas,
sobre sus sueños.
Subir para no dejar nada.

Contener el aliento.
Ver la espalda de los buenos
ser fondo de un lienzo negro
de muertos inocentes,
de asesinos sueltos.
De culpas sin culpables,
de indignación indigna.

Contener el aliento.
Cuando el rayo cae;
cuando el volcán explota.
cuando el talud se derrumba,
cuando el auto choca.
Cuando la naturaleza,
bendita naturaleza,
que despierta flores,
frutos y hojas,
se desquita con ira arrolladora.

Contener el aliento,
Cerrar los ojos.
Recordar.
Intentarlo, al menos.
Recordar la valentía heroica,
la intrepidez diaria.
La infantil alegría,
la mañana clara.

Apretar los ojos.
Estrujar el mal recuerdo.
Aplastarlo.
El árbol derribado.
El niño muerto
El anciano olvidado.

¡Qué reviva la esperanza!
Sin motivo, por si misma.
Mantener la esperanza
por la esperanza misma.
¡Qué levantarse, sea duro...
...mas no imposible!
¡Qué el volcán estalle!
¡Qué la tierra tiemble!
Pero que aún queramos,
que aún podamos,
soñar mañanas.

¡Qué aunque las voces callen,
aún vivan los sueños!
¡Qué viva alguien que crea en ellos!
¡Qué viva el sueño,
el tuyo, el mío, el nuestro,
el sueño,
que nos mantiene despiertos!

11 de julio de 2011

La Montaña

Esta montaña, amor
es el amor mismo.
Es calor y es frío,
es canción y silencio;
es dolor y alegría,
es recuerdo y olvido.

El amor, ciertamente,
es un largo camino.

Es calor en la cama,
pero es frío si faltas;
es canción cuando ríes,
y silencio en tu calma.

El amor, ciertamente,
es un dulce camino.

Es dolor en la cuesta,
y en lo llano, alegría;
de las dichas recuerdo
y de penas, olvido.

El amor, ciertamente,
es un duro camino.

Y ya alto, muy viejos,
juntos, muy juntos,
descubrimos la meta
de tan largo camino,
en el oculto origen
del amor divino.

¡Qué bueno es el amor!
¡Qué hermoso su camino!

24 de abril de 2011

Sorpresa

(Léanlo en voz alta y rápido)

Es Fugaz.
No avisa.
No habla.
Además,
Es breve.
Es corta.
a veces,
muy corta.
Tan breve.
que asombra.

¿Que cosa
tan breve
tan chica
y pequeña;
tan corta,
realmente
importa?

Saberlo
quisiera.
Intriga
suscita
tan breve
estela,
indicio
o signo
de forma.

Sorpresa,
amigo.
Sorpresa.
Es esa
respuesta.
Es ese
su nombre.
Es esa
de magia
la gesta.

Fugaz y
sucinta
asombro
despierta.
 Pequeña
y brillante
como una
estrella.

Cronica de una Mujer Audaz*


31 de diciembre de 1974

El fin de año se acercaba. Aquel martes, como de costumbre, mi esposo había bebido sin parar para celebrar la llegada del nuevo año. Pedro había invitado a una prima suya que se llamaba Elvira a pasar las fiestas con nosotros y ella llegó con sus cinco hijos. Esa noche comimos tamal y, luego de dejar a los niños y a mis hijas en su habitación, bailamos con unos vecinos en nuestra casa hasta después de la medianoche. Para las niñas ya era común ver a su papá llegar borracho, y para mí sus palizas por no concebir un hijo varón eran ya parte del día. Solía esconder a Esperanza, María y Angélica debajo de la cama cuando oía a Pedro intentar abrir la puerta sin éxito por los tragos. Sin embargo, esa noche fue diferente. Luego de que los vecinos se fueran, se puso cariñoso, algo que no era común en él. Fue dulce conmigo y me dijo que quería que nos fuéramos todos de paseo de olla al día siguiente. Antes de dormir, yo conseguí lo necesario para preparar el sancocho. Luego apagué la luz, me acosté, cerré mis ojos y pensé que quizás el amor había llegado por fin a mi hogar. Luego me dormí.

1 de enero de 1975

Nos levantamos todos muy temprano. Aún no salía el sol y, después de arreglar a las niñas y antes de que Pedro estuviera arreglado, alisté algunas cosas que hacían falta. Todos estábamos muy emocionados por ir al tradicional paseo de olla. Mis hijas me pidieron que les pusiera la ropa nueva y ellas mismas arreglaron algunos juguetes que querían llevar ¡Estaban tan contentas! A lo último ellas dejaron algunos porque Pedro dijo que, en vez de ir a alguna de las quebradas que estaban cerca de la casa, quería ir al rio Magdalena, que estaba más o menos a media hora de camino. Salimos y rápidamente llegamos al río. Allí, Pedro contrató a un señor que tenía una lancha para que nos llevara a un lugar que fuera tranquilo para estar y, además de poder hacer el sancocho, poder nadar un rato. Le pagó por adelantado y arregló todo para que fueran allí por nosotros a las cinco de la tarde.
Al llegar, Pedro, su prima y yo empezamos a acomodar todo para el almuerzo. Los niños se fueron a jugar y después se metieron al río. Después Elvira y yo nos metimos también y llamamos a Pedro, pero él dijo que no quería bañarse. Se quedó cuidando la olla mientras se ablandaba la carne. Es como si hubiera sido ayer. Todavía me acuerdo de la ropa que él tenía puesta: Una camisa roja manga corta apuntada hasta la mitad y un pantalón azul oscuro con las botas recogidas para no mojarse; en la cintura llevaba un machete y las botas de caucho del trabajo.
Después de un rato Pedro nos avisó que ya el sancocho estaba listo. Salimos todos y ya cuando íbamos a comer, en un arranque de amor, igual al de la noche anterior, como si tuviera un presentimiento, me abrazo fuerte y mirándome a los ojos dijo: “Mija, cuando yo me muera usted va a quedar muy joven. Cuide a las niñas, consígase otro hombre y sea feliz”. Fue tan inesperado que hasta la prima se sorprendió. Yo solo asentí con la cabeza y seguimos disfrutando de la tarde.
Cuando más o menos era la hora en que el señor de la lancha viniera por nosotros, les dije a los niños que se vistieran con ropa seca. Yo, mientras tanto, iba recogiendo la olla y las cosas que habíamos llevado. Los niños no me hicieron caso y se quedaron jugando en el río. Yo no me preocupe porque, igual, íbamos en la lancha y si era el caso, pues los llevábamos mojados. La lancha estaba demorada y ya se estaba haciendo de noche. Cuando nos dimos cuenta Freddy, uno de los hijos de Elvira, flotaba quieto, boca abajo y retirado de donde estaban los otros. Yo grité. Elvira grito. Los niños gritaron. Pedro sin más se tiró al río a sacar al niño. El río parecía tranquilo, pero no era así. No sólo se llevó a Freddy sino que también se llevo a mi esposo.
Elvira y yo nos quedamos frías. No podíamos dejar solos a los niños, ni ir a buscar a Freddy ni a Pedro. Todos llorábamos y ya era oscuro. Nosotros estábamos al otro lado del río y la lancha que nos pasaría al lado del que estaba Puerto Boyacá nunca llegó. Cuando fueron las ocho, decidimos irnos y no tuvimos otra alternativa que caminar por toda la orilla hasta llegar a un pueblo cercano. Allá esperábamos que alguien nos diera alguna razón de nuestros familiares pero nadie sabía nada. Los niños ya tenían frío, hambre y sueño. Nos tocó regresar a Puerto Boyacá.
La noticia se había divulgado por todo el pueblo y las visitas no se hicieron esperar. Todos ayudaron en la búsqueda pero ya era muy tarde y tuvimos que dejarla para el día siguiente.

2 de enero de 1975

Muy temprano, avisé lo que había pasado a la gente de la empresa donde trabajaba mi esposo. Algunos ya lo sabían. Ellos ofrecieron su ayuda y con las máquinas que tenían empezaron a buscar en el río. Cuando las niñas preguntaron que qué hacían las máquinas yo le expliqué que eran dragas, una palas muy grandes. Ellas no lo sabían, pero yo me temía que las máquinas rompieran el cuerpo de Pedro mientras lo buscaban.

6 de enero de 1975

Las esperanzas se agotaban. Habían encontrado el cuerpo de Freddy hacía dos días pero el de Pedro seguía perdido. Cuando encontraron a Freddy, lo pusimos sobre el comedor. Estaba tan blanco, tan blanco… Después de eso no volví a comer sobre esa mesa. El plato en el lugar donde estuvo el cadáver traía muchos recuerdos. Era insoportable.

7 de enero de 1975

Si ese día no encontraban el cuerpo de Pedro, suspenderían la búsqueda. Las niñas sufrían mucho. Me preguntaban qué era lo que pasaba. Yo muchas veces no sabía que responderles. Yo sufría porque la plata se me estaba acabando. Me sentí muy sola y decidí que cuando todo pasara, me iría lejos. Quizás a Bogotá. Necesitaba empezar de nuevo así como me lo dijo Pedro. Hubo suerte. Justo cuando estaba pensando eso, llegaron algunos de los operarios de la draga a avisarme que habían encontrado el cuerpo. Estaba dos pueblos rio abajo. Estaba irreconocible. Hinchado. Azul. No se lo dejé ver a las niñas, ellas insistieron, pero me negué. No quería que sintieran lo que yo cuando lo vi.
Los gastos del entierro corrieron por parte de la empresa. Yo, sola, con tres hijas a las que mantener; sin estudios, viuda y sin nada bueno que me atara al pueblo me fui a Bogotá.

13 de enero de 1975

Empezar desde cero. De nuevo, como cuando llegué al pueblo hace algunos años. Llegamos a Bogotá desamparadas a buscar un futuro mejor. La primera que nos recibió fue la pobreza, acompañada por el frío y las enfermedades. Nuestra casa, si es que a eso se le podía llamar casa, era un rancho con suelo de tierra que se inundaba cada vez que llovía y que ni siquiera tenía baño. Nosotras, calentanas, ni medias y mucho menos chaquetas teníamos. De Cartón eran las cobijas y las almohadas, pero a fuerza de empeño sabía que teníamos que salir adelante.

31 de enero de 1975

A Angélica desde que llegamos el clima le hizo mucho daño. No salía de una gripa para entrar a otra peor. Fiebres que no la dejaban levantar la acompañaron todos los días desde que llegamos de Puerto. Yo salía desde muy temprano a buscar trabajo o comida, lo que encontrara primero. Esperanza, la mayor, se quedaba a cargo de todo. Ese día Angélica no aguanto más y tuvo la última fiebre. No pudimos hacer nada. No teníamos seguro, ni plata, ni nadie conocido que nos ayudara. Ella murió.

2 de Abril de 1975

Después de muchos trabajos mal pagados, muchas noches sin dormir y aún con la tristeza encima por las muertes de Pedro y de Angélica, conseguí un trabajo decente. No pagaban mucho, pero si lo suficiente para sacar a mis niñas adelante. Ya podía pagarles un colegio, un médico, incluso, podía pensar en hacerle arreglos a la casa para no pasar tanto frío en las noches ni angustiarme cuando empezara a llover. Si todo salía bien, ya no tendría que sentir miedo de nuevo cuando saliera. Parecía que después de tanta oscuridad, por fin salía el sol.

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*Este escrito fue hecho a cuatro manos sobre el trabajo investigativo de Ximena López, quien participó también de su redacción y corrección de estilo. Sin ella no habría sido en lo absoluto posible realizarlo.

20 de abril de 2011

Mariana en la Mañana

En medio del caos de la calle lo único que tenía orden era ella. De estatura breve y piel blanca como si de luz misma estuviera hecha, Mariana brillaba entre las grises paredes, el desgastado pavimento y los últimos ecos del invierno, todos ellos húmedos por el rocío de la mañana. Su cabello, largo y negro, como aquella noche, tenía un olor a chocolate e inconfundible césped fresco. A su paso repelía el caos circundante, dándole gracia a todo aquello a lo que se acercaba. Pero Ella, Mariana, más que caminar, flotaba. Parecía elevarse poco a poco mientras iba de camino a la estación de autobús… quizás serian solo un par de centímetros… Pero estoy seguro que las últimas hojas, las que quedaban antes de la parada de estación, esas desafortunadas no conocieron su pie. Porque ese pie, desde donde la veo, es del aire. Es tan ajena a esta lluvia matutina. Creo que las mismas gotas se golpean adrede contra los muros para no dañarla. ¿A quién espera? ¿Habrá acaso algún loco esquizofrénico que desee enamorarse o que siquiera comprenda mi visión de la parca? No. Ahora está Sola. Ahora puedo verla.
Fue una suerte encontrarla temprano este día... No ha habido días afortunados desde hace mucho para mí. Ya no cabían más ni los suspiros, ni los saludos a causa de las prisas y las malaventuradas casualidades. Pero ahí, en la parada estaba ella. Encantadora con esa blusa roja que tan bien le luce, tanto como el primer día en que la vi y casi ni la noté. Era perfecta. Es perfecta. Blanca su piel como la aurora, oscuros sus ojos como el carbón y Rojos, madre mía, Rojos sus labios como la sangre.
Fue buena idea salir pronto, fue bueno verla, encontrarla en mi camino. Ese era el sitio ideal para decirle que me gustaría cantarle mil y una canciones, que se tocar la guitarra y que quisiera aprender a tocarla a ella. Habría sido el sitio perfecto para decirle que, desde que la descubrí, con disimulo la miro desde mi ventana cuando llega del trabajo y que ya mi vecino de la ventana de enfrente me tiene manía, porque no comprende que lo mejor de estar enamorado de ti, es estar enamorado de lo que tu representas, ese algo indefinible que aún no quiebro con palabras y que es tan etéreo como luce; tan brillante que por momentos me ciega; que, en mi silencio, me satisface como verte en una vitrina. Aunque, si, es una pena haberme despertado pronto porque tanto esfuerzo puse en llegar a tiempo para encontrarla, que llegue mucho antes y mientras tú, mi pequeña ilusión, aun esperas en la calle, yo, en el autobús veo como te haces cada vez más pequeña, mas etérea y al final, desapareces.