8 de mayo de 2010

Verde

Sentada en el prado Mariana veía como aquél chopo se mecía con el viento. Lo hacía como siempre, como todas las tardes desde que cambió su apartamento en la ciudad por la casita de campo en la que vivía. El cambio le había sentado bien, ya podía dormir sin pastillas y no tenía que pensar tanto en que ponerse para salir. Ya no había más autopistas ni atascos, pero lo mejor —pensaba ella— era esa pradera que daba al horizonte, interrumpida solo por el alto chopo bailarín que se mecía para ella todas las tardes. Mariana iba en su bicicleta roja y destartalada por el caminito, donde se cruzaba con algún campesino de sonrisa fácil de los que saludan alzándose el sombrero, y llegaba a aquella postal que hasta ese día pensó que solo ella disfrutaba, al menos eso pensaba hasta ese día. A lo lejos había alguien, un chico con una sombrilla negra que miraba al mismo lado, ella se acerco a él y tan alegre como la el paisaje invitaba a estar, sin mucho protocolo se sentó a su lado y lo saludó:

 —Hola, es bello el paisaje ¿verdad?
 —Si, de veras lo es —dijo él acomodándose las gafas, sin parecer muy sorprendido, añadió— pero, ¿Te has fijado en el viento?
 —¿El viento? —Preguntó Mariana algo desconcertada pero con la mirada fija en el chopo—
 —Si, el viento, te has dado cuenta como hace hablar al prado, parece que le diera voz... Como si fuera un rumor que crece.

 En ese momento el viento golpeó a la pareja. El largo cabello de Mariana se meció como lo hacia el largo pasto de la pradera acariciando por un momento la mejilla del chico.

 —¿Ves? —Preguntó él— Hasta tu cabello baila durante la charla.
 —No lo había pensado así —respondió Mariana y mirando al chopo suspiró— pero tienes razón... ¿Qué dirá?
 —No lo sé. Pero ha de ser algo o muy bueno o muy malo...
Girando la cabeza, mirándolo, Mariana preguntó: —¿Por qué lo dices?
 —Mi madre, que era muy sabia, decía que así son los rumores, empiezan por algo mínimo, algo muchas veces ridículo, y que de repente sin que nadie lo planease —dijo acomodándose de nuevo las gafas—, causan un ruido ensordecedor...
 —Pero no creo que sean malas las cosas que pueda decir el viento en este lugar —repuso ella—, al menos no hoy... por lo menos no ahora—. El chico sonrió y en tono insinuante agregó:
 —Quizás tú eras el rumor del viento…

 Mariana no pudo evitar sonrojarse, agachándose, escondida en su cabello lo disimulo, según creyó ella, con éxito. Enseguida, él preguntó:

 —¿Cómo te llamas?
 —Mariana —Dijo ella con un hilo de voz—, ¿y tú?.
 —Esteban, —y alzando la mano en un gesto muy casual, saludó— Un placer. Sabes Mariana, tienes razón, el viento, al menos este viento no puede decir cosas malas. El prado es el que nos habla aquí y debe estar tan verde que no puede transmitir más que esperanza.
—Sí, de veras es muy verde... Yo vengo aquí porque me siento tranquila... quizá ese sea el mensaje del viento.
—Sí, quizá —asintió él, enseguida añadió—, tal vez tú seas el mensaje del viento para mi... quizás.

El sol se empezaba a ocultar alargando la sombra del chopo casi hasta donde se encontraban ellos.

 —Es hora de irse —dijo Esteban sin muchas ganas—.
 —Sí, es una pena —replicó ella con el mismo animo— ¿vives cerca?.—preguntó—.
 —No, pero podría. ¿Y tú?
 —Sí, vivo solo a unos minutos de aquí —respondió intentando comprender la respuesta—, ¿quieres tomar un café?

Esteban asintió y tomando su bastón se levantó. Mariana no lo había notado, solo en ese momento comprendió  el sentido de los lentes. Juntos se fueron caminando muy despacio charlando sobre el viento y lo verde que es. Tanto como una esperanza... Quien sabe que sorpresa depararía el café.

3 ya dijeron que pensaban. ¿Y tu?:

¡ Muy bueno ! me ha encantado esta historia, ojalá el café traiga cosas maravillosas.
¡Mi madre también se llamaba Mariana!
Feliz domingo amigo
Un abrazooo

Me encanta esta historia, Quien sabe que sorpresa depararía el café!!
Excelente Guille

Ingrid.

Vero, muchas gracias por tu opinión. Voy a revisar con detalle tu blog. Cuídate un montón!!

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