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Una iniciativa de creación literaria. Cuentos, microrrelatos y poesía.

SUEÑOS DE NIÑOS

–El cielo…el cielo… –Aún era temprano y no se podían ver las estrellas, de hecho, no veían más que un azul infinito sobre ellos– ¿Una nube? –Preguntó él, notando que no había ninguna.

OBITUARIO - JAIRO ANÍBAL NIÑO

Ha muerto un hombre cuya madurez fue inocencia. A quien los años no le sumaron adultez sino infancia; un hombre que regalaba bosques en cajas de semillas y veía flotillas enteras de barcos en charcos.

NEGRO

—Recostado sobre la cama miré a través de la ventana en la que apenas se proyectaba la luz de una escuálida luna opaca, seguramente por el paso de una nube —dijo el anciano con parsimonia, mientras ponía azúcar a su café. Luego de probarlo, continuó—

CONTENER EL ALIENTO

Contener el aliento,//Cerrar los ojos.//Recordar.//Intentarlo, al menos.//Recordar la valentía heroica,//la intrepidez diaria.//La infantil alegría,//la mañana clara.

18 de abril de 2010

Negro

—Recostado sobre la cama miré a través de la ventana en la que apenas se proyectaba la luz de una escuálida luna opaca, seguramente por el paso de una nube —dijo el anciano con parsimonia, mientras ponía azúcar a su café. Luego de probarlo, continuó— Mis pensamientos no iban sobre lo humano y lo divino, sino sobre trivialidades efímeras que desaparecen en cuanto el tiempo del sueño arrebata la conciencia de ese valle de lágrimas al que todos suelen llamar vigilia. Recuerdo que pensaba en aquella muchacha que tanto me hizo sufrir en mis años mozos. Tiempo perdido sin remedio. Sin embargo, amigo, esa noche fue diferente. —Dejó su taza a un lado y con un tono de voz grave, acentuado por un miedo antiguo que se adivinaba en sus `palabras, en voz baja, añadió— Esa noche la luz de la luna en la ventana, exactamente en la cortina, no fue lo bastante parca para ocultar una silueta que, rumbo a mi puerta, dirigía veloz su paso hacía mi puerta. En la oscuridad de aquella fría noche de lluvia, con el repicar de las gotas contra el cristal del ventanal contiguo, me petrifiqué bajo el insoportable peso de las mantas que hasta ese momento ante esa silueta me brindaban calor. De repente olvidé a mi muchacha soñada y empecé a recordar aquellos espantosos sueños de infancia que me mantenían despierto. Recordé el nauseabundo olor de esas manos putrefactas que atravesando ataúdes de cristal intentaban alcanzar mis tobillos mientras yo, sin aliento y perdido, corría intentando escapar de aquél horrendo camposanto. Sin embargo, el mayor horror no fue ese, amigo, de hecho no fue siquiera el único. Tumbado en la cama, incapaz de moverme, escuché el crepitar de la cerradura de la puerta de mi alcoba. Estaba a punto de abrirse la puerta, mi puerta—.
—¿Estaba cerrada?— pregunté.
—No, la puerta estaba sin seguro. Lentamente se abrió y no reveló a nadie tras de ella...—Dijo él secándose el sudor de la frente—, pero si había algo.
—¿Algo?
—Sí. En el suelo había un gato, uno de ojos brillantes viéndome a los ojos a pesar de la oscuridad de la noche. Sé que solo fueron unos segundos... pero al sostenerle la mirada sentí una presión en el pecho, algo que me aplastaba y me impedía respirar. Algo que me hacía desfallecer.
—¿Desfallecer? —pregunté asombrado, luego insistí— ¿Pensó que moriría?
—No. Solo sentí caer, como quien salta de un abismo, sabe, pero algo detuvo la caída. Algo que aún, desde esa noche me acompaña. —La mirada del anciano se perdió mientras terminaba su historia— En cuanto cerré los ojos, agotado por la presión, un espantoso grito, seguido de un chirrido de uñas me hizo saltar de la cama. Fue como si alguien se hubiese dejado las uñas incrustadas en un barranco, en uno de cristal, intentando salvar la vida. Fue el estridente sonido de la desesperación, de una para mi desconocida hasta entonces y de la cual hoy no conozco su origen ni su destino. Ya el gato no estaba y más nunca volvió esa silueta a mi ventana, o mejor, no sé si volvió alguna vez porque nunca más volví a verla antes de dormir. Lo que sé es que en la oscuridad de la noche, en su parte más negra, allí vive la desesperación, no la de alguien en particular, sino la de todos, la que nos espera sola, sola y desgarrada por la angustia. Yo esa noche fui testigo mudo e inmóvil de un aterrador contacto accidental con nosotros. Joven, se que no tenemos la confianza para estas confidencias, pero yo en la labor es absurdo guardar silencio. No confíe de aquellos que se valen de la sombra, de lo oscuro o de lo negro para vivir, porque en ellos, sin que lo sepan, puedo ver el brillo de los ojos de aquel gato, y en su voz reconozco la voz de aquél grito. Puedo conocerlos, ese es el fatal legado que esa noche dejo en mí.
—Lo tendré en cuenta, aunque eso a lo que usted llama negro, yo lo llamo día y también noche.
—Lo sé. —Repuso el anciano— Pero no es parte del negro. Es más, eso que usted ve no es negro. Joven, usted solo ve oscuridad aunque haya luz. Pero Yo solo veo oscuridad donde realmente ella existe. Ojalá pudiera ver los días negros sin que la sola idea me atormentara, ojalá pudiera ver lo que usted ve, porque así ya no vería nada.
—Por lo pronto debo irme —dijo el joven, acomodándose las gafas—. Voy buscando luz.
Esteban tomo su bastón y alejándose de la barra, salió del bar con la certeza de que no era negro lo que él veía en su eterna noche de ojos sin luz.