—¿Estaba cerrada?— pregunté.
—No, la puerta estaba sin seguro. Lentamente se abrió y no reveló a nadie tras de ella...—Dijo él secándose el sudor de la frente—, pero si había algo.
—¿Algo?
—Sí. En el suelo había un gato, uno de ojos brillantes viéndome a los ojos a pesar de la oscuridad de la noche. Sé que solo fueron unos segundos... pero al sostenerle la mirada sentí una presión en el pecho, algo que me aplastaba y me impedía respirar. Algo que me hacía desfallecer.
—¿Desfallecer? —pregunté asombrado, luego insistí— ¿Pensó que moriría?
—No. Solo sentí caer, como quien salta de un abismo, sabe, pero algo detuvo la caída. Algo que aún, desde esa noche me acompaña. —La mirada del anciano se perdió mientras terminaba su historia— En cuanto cerré los ojos, agotado por la presión, un espantoso grito, seguido de un chirrido de uñas me hizo saltar de la cama. Fue como si alguien se hubiese dejado las uñas incrustadas en un barranco, en uno de cristal, intentando salvar la vida. Fue el estridente sonido de la desesperación, de una para mi desconocida hasta entonces y de la cual hoy no conozco su origen ni su destino. Ya el gato no estaba y más nunca volvió esa silueta a mi ventana, o mejor, no sé si volvió alguna vez porque nunca más volví a verla antes de dormir. Lo que sé es que en la oscuridad de la noche, en su parte más negra, allí vive la desesperación, no la de alguien en particular, sino la de todos, la que nos espera sola, sola y desgarrada por la angustia. Yo esa noche fui testigo mudo e inmóvil de un aterrador contacto accidental con nosotros. Joven, se que no tenemos la confianza para estas confidencias, pero yo en la labor es absurdo guardar silencio. No confíe de aquellos que se valen de la sombra, de lo oscuro o de lo negro para vivir, porque en ellos, sin que lo sepan, puedo ver el brillo de los ojos de aquel gato, y en su voz reconozco la voz de aquél grito. Puedo conocerlos, ese es el fatal legado que esa noche dejo en mí.
—Lo tendré en cuenta, aunque eso a lo que usted llama negro, yo lo llamo día y también noche.
—Lo sé. —Repuso el anciano— Pero no es parte del negro. Es más, eso que usted ve no es negro. Joven, usted solo ve oscuridad aunque haya luz. Pero Yo solo veo oscuridad donde realmente ella existe. Ojalá pudiera ver los días negros sin que la sola idea me atormentara, ojalá pudiera ver lo que usted ve, porque así ya no vería nada.
—Por lo pronto debo irme —dijo el joven, acomodándose las gafas—. Voy buscando luz.
Esteban tomo su bastón y alejándose de la barra, salió del bar con la certeza de que no era negro lo que él veía en su eterna noche de ojos sin luz.