WIGOblog

Una iniciativa de creación literaria. Cuentos, microrrelatos y poesía.

SUEÑOS DE NIÑOS

–El cielo…el cielo… –Aún era temprano y no se podían ver las estrellas, de hecho, no veían más que un azul infinito sobre ellos– ¿Una nube? –Preguntó él, notando que no había ninguna.

OBITUARIO - JAIRO ANÍBAL NIÑO

Ha muerto un hombre cuya madurez fue inocencia. A quien los años no le sumaron adultez sino infancia; un hombre que regalaba bosques en cajas de semillas y veía flotillas enteras de barcos en charcos.

NEGRO

—Recostado sobre la cama miré a través de la ventana en la que apenas se proyectaba la luz de una escuálida luna opaca, seguramente por el paso de una nube —dijo el anciano con parsimonia, mientras ponía azúcar a su café. Luego de probarlo, continuó—

CONTENER EL ALIENTO

Contener el aliento,//Cerrar los ojos.//Recordar.//Intentarlo, al menos.//Recordar la valentía heroica,//la intrepidez diaria.//La infantil alegría,//la mañana clara.

1 de septiembre de 2009

Que te sientas bien es mi deseo....

Que te sientas bien es mi deseo.
Decirte algo, lo que sea preciso.
Que te sientas como en la mañana,
feliz y tranquila, relajada.

De eso extraño que sientes a veces,
que no hay nadie ni otro momento,
ni ningún otro sitio del mundo,
que ese café, ese vino, esa cama.

Eso que sientes y resume todo.
Esos instantes, esas palabras.
Esos días en que sientes que todo,
todo vale la pena por ciertos momentos

Que sientas como siento estando contigo,
Que me tengas a mí. Aunque no es mucho,
Ahí, a tu lado. Saberme contigo.

Como que la vida se resume,
Como un comentario.
Como algo breve, como un espasmo.

Ausencia


Ella leía sus cartas antes de que llegaran. Cerraba sus ojos y, orante como era, recitaba sus rezos una y otra vez hasta que, de la nada, aprecian ante ella las palabras que su esposo al otro lado del río, más allá del valle y la cordillera acababa de escribir. Antonio le contaba sus penas, la soledad que sentía al no tenerla a ella, ni a ella ni a las niñas, a las que suponía dormidas en la pequeña habitación que con gran esfuerzo ayudaba a pagar. A la luz de una lámpara de petróleo Antonio escribía y soñaba. Eugenia también lo hacía con él, mientras con los ojos cerrados seguía leyendo como su esposo ausente le describía una casa, una casa grande, con pérgola, parcela y jardín; con un patio de ropas, uno enorme, en el que ella vestida toda de blanco colgaba unas sabanas, escuchando reír a las niñas a su lado. Antonio describía imponentes las acacias que cubrían con su sombra aquella parcela imaginaria que ambos, a pesar de la distancia, se habían empeñado en levantar. Él se había ido a Venezuela con el propósito de conseguir un buen trabajo, sin embargo, no logró otro puesto más que el de peón en una hacienda a las afueras de la ciudad. Lo que debió haber durado unos cuantos meses llevaba ya más de tres años. Antonio con un trabajo mal pagado y ella, con sus hijas, cosiendo ropas de familias de abolengos inventados para intentar vivir dignamente. Eugenia lo hacía todo para poder, al final de la jornada, cerrar los ojos y leer... y soñar. Soñar con cartas que rogaba al cielo no dejaran de ser escritas, que no dejaran de ser su sueño, el de Antonio y el de ella, ese que justificaba esa ausencia.