WIGOblog

Una iniciativa de creación literaria. Cuentos, microrrelatos y poesía.

SUEÑOS DE NIÑOS

–El cielo…el cielo… –Aún era temprano y no se podían ver las estrellas, de hecho, no veían más que un azul infinito sobre ellos– ¿Una nube? –Preguntó él, notando que no había ninguna.

OBITUARIO - JAIRO ANÍBAL NIÑO

Ha muerto un hombre cuya madurez fue inocencia. A quien los años no le sumaron adultez sino infancia; un hombre que regalaba bosques en cajas de semillas y veía flotillas enteras de barcos en charcos.

NEGRO

—Recostado sobre la cama miré a través de la ventana en la que apenas se proyectaba la luz de una escuálida luna opaca, seguramente por el paso de una nube —dijo el anciano con parsimonia, mientras ponía azúcar a su café. Luego de probarlo, continuó—

CONTENER EL ALIENTO

Contener el aliento,//Cerrar los ojos.//Recordar.//Intentarlo, al menos.//Recordar la valentía heroica,//la intrepidez diaria.//La infantil alegría,//la mañana clara.

30 de mayo de 2009

Un Encuentro Singular


De pie en la esquina de una calle cualquiera, al menos para mí hasta ese día, allí estaba ella. Fue su culpa que esa calle existiera para mí. De no haber sido por verla esa tarde desde el autobús no me habría fijado nunca que allí, en ese lugar, había una casa blanca con un antejardín enrejado donde crecía antinatural una preciosa planta de jazmín. Sí. De ella es la culpa de que yo ahora al pasar cuente los diez barrotes de aquel enrejado oloroso a flores ante el cual ella ese día se detuvo a esperar el autobús, con su falda de tartán azul y su suéter a juego cubriendo la camisa de cuello de tortuga en la que yo, hasta ese momento, no solía reparar. No fue el uniforme, ni sus zapatos azules, ni sus medias rodilleras; tampoco fue la casa, su antejardín o las flores. Fue ella. Verla me hizo bajar a tropezones del autobús, correr dos cuadras completas hasta alcanzarla y luego, agotado por el súbito esfuerzo, fingir la sorpresa ante el "encuentro casual". Al fin estaba frente a mí, aunque más preciso sería decir que al fin estaba yo ante ella. Ella me detuvo sin siquiera moverse. Eran sus grandes ojos negros, su cabello largo y desordenado por el afán de la jornada; sus manos escondidas tras una carpeta de dibujo y la sonrisa ausente ante la sorpresa de mi llegada las que me hicieron saludar:

-¡Marcela!- Fue lo único que atiné a decir -¿Tú por aquí?-

No sé sí ella me esperaba o sí alguien en algún lugar planeó el encuentro. Lo que si sé y no tengo duda alguna, es que desde ese momento llevo conmigo siempre, cuando no en el bolsillo, en el corazón o en un recuerdo, a una niña de uniforme con una carpeta entre las manos, en una esquina de mi vida, esperando el autobús.