20 de abril de 2011

Mariana en la Mañana

En medio del caos de la calle lo único que tenía orden era ella. De estatura breve y piel blanca como si de luz misma estuviera hecha, Mariana brillaba entre las grises paredes, el desgastado pavimento y los últimos ecos del invierno, todos ellos húmedos por el rocío de la mañana. Su cabello, largo y negro, como aquella noche, tenía un olor a chocolate e inconfundible césped fresco. A su paso repelía el caos circundante, dándole gracia a todo aquello a lo que se acercaba. Pero Ella, Mariana, más que caminar, flotaba. Parecía elevarse poco a poco mientras iba de camino a la estación de autobús… quizás serian solo un par de centímetros… Pero estoy seguro que las últimas hojas, las que quedaban antes de la parada de estación, esas desafortunadas no conocieron su pie. Porque ese pie, desde donde la veo, es del aire. Es tan ajena a esta lluvia matutina. Creo que las mismas gotas se golpean adrede contra los muros para no dañarla. ¿A quién espera? ¿Habrá acaso algún loco esquizofrénico que desee enamorarse o que siquiera comprenda mi visión de la parca? No. Ahora está Sola. Ahora puedo verla.
Fue una suerte encontrarla temprano este día... No ha habido días afortunados desde hace mucho para mí. Ya no cabían más ni los suspiros, ni los saludos a causa de las prisas y las malaventuradas casualidades. Pero ahí, en la parada estaba ella. Encantadora con esa blusa roja que tan bien le luce, tanto como el primer día en que la vi y casi ni la noté. Era perfecta. Es perfecta. Blanca su piel como la aurora, oscuros sus ojos como el carbón y Rojos, madre mía, Rojos sus labios como la sangre.
Fue buena idea salir pronto, fue bueno verla, encontrarla en mi camino. Ese era el sitio ideal para decirle que me gustaría cantarle mil y una canciones, que se tocar la guitarra y que quisiera aprender a tocarla a ella. Habría sido el sitio perfecto para decirle que, desde que la descubrí, con disimulo la miro desde mi ventana cuando llega del trabajo y que ya mi vecino de la ventana de enfrente me tiene manía, porque no comprende que lo mejor de estar enamorado de ti, es estar enamorado de lo que tu representas, ese algo indefinible que aún no quiebro con palabras y que es tan etéreo como luce; tan brillante que por momentos me ciega; que, en mi silencio, me satisface como verte en una vitrina. Aunque, si, es una pena haberme despertado pronto porque tanto esfuerzo puse en llegar a tiempo para encontrarla, que llegue mucho antes y mientras tú, mi pequeña ilusión, aun esperas en la calle, yo, en el autobús veo como te haces cada vez más pequeña, mas etérea y al final, desapareces.

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