Hola Srta X,
Hoy es el primer día del resto de tu vida. Habrá muchas cosas por hacer, muchos retos por superar y muchos objetivos por cumplir. Asimismo, habrá muchas personas por conocer, fallos por cometer, y errores que perdonar. Es el primer día de vida dentro de un ciclo nuevo que, en principio, durará 365 días y seis horas, pero puede que estés en una etapa singular y distinta, y ese año natural no se ajuste a tus nuevas necesidades, a tus nuevas prioridades y a tus nuevas compañías. Así es la vida. Bastante compleja en cuanto intensidad, extensión y comprensión, sin embargo, es una cuestión personal el rumbo que ella tome. Hoy, como siempre, tu destino está en tus manos.
Si me pidieran comparar la vida con algo, yo lo haría con un sistema de trenes. La vida, es decir, todo lo que existe, animado o no, es la línea del tren; Hay momentos críticos –entiende críticos como decisivos, no como catastróficos– en los que la vida se concreta; hace paradas. Esos momentos son estaciones. Unas muy bellas, decoradas, colmadas de gente y de buenos recuerdos o buenos deseos; otras, menos agradables, son solitarias, mustias y algo fúnebres. También hay, siguiendo la metáfora del tren, estaciones estándar, que simplemente nos valen como referencia y se perpetúan a lo largo de la línea del tren, es decir, de la línea de la vida, estas pueden ser las estaciones de los cumpleaños.
Pero si el mundo es todo el sistema de trenes: ¿Dónde quedan las personas? ¿Quién es el conductor del tren? ¿Quién fija el recorrido? En mi metáfora, cada persona es un pasajero. Cada quien tiene un billete que le entregan no más llegar a la estación de partida –En nuestro caso particular, Bogotá, claro con cierta diferencia de fechas– en donde se indica el día de llegada a la estación, y cada uno hace anotaciones en su billetito marcando su propio recorrido, haciendo trasbordos donde le parece conveniente. Si, es cierto. Más veces de las que se desea a todos se nos fuerza a hacer paradas, pero en términos generales, es cada persona quien decide el recorrido. A partir de ahí, de la llegada a ésta estación de trenes, el viaje no cesa nunca. Año tras año nos hacemos a un vagón, llámese éste casa, colegio, universidad o empresa; Bogotá, La Mesa, Cartagena, Barranquilla, Madrid o Conchinchina. Esos vagones, que tienen diversas formas y pueden ser muy pequeños o conmovedoramente grandes, son un lugar donde compartimos el viaje con otros pasajeros. Al igual que en un tren cualquiera, a nuestro lado se sientan no una, sino muchas personas a lo largo del viaje. Estas personas, coetáneos y coterráneos, son los que a la larga se convertirán en nuestros amigos y amigas; esposo o esposa; compañeros o compañeras o, en fin, lo que dé de sí el viaje y el personaje en cuestión.
El final del viaje está abierto. No es por infinito es sólo que ignoramos cuando llegará su fin. Unos pasajeros duran 80 o 90 años viajando, otros, menos afortunados, nada más llegar a la estación de salida, descubren que es esa también su estación de llegada. No es nuestro caso.
Muchos hacen trasbordos entre estaciones o vagones manteniendo a sus compañeros de viaje durante cierto tiempo. Así nuestros amigos de la infancia a veces coinciden con los del colegio y, con suerte, alguno irá con nosotros a la misma universidad. Otras veces, por ejemplo, aunque sé que no es el único que podría comentar respecto a ti, personas han llegado al vagón al que te encontrabas y se han quedado contigo un tiempo bastante largo, manteniéndose contigo a pesar de que se han cambiado de vagón, o estén en estaciones remotas tanto en tiempo como en distancia.
Total, de aquí en adelante, la carta la escribes tú. Es tu viaje, tu línea, tu boleto y tu tren. Es apenas una metáfora, una de las tantas que se hacen mientras uno ve por la ventanilla del tren.
Un abrazo,
Otro pasajero.