WIGOblog

Una iniciativa de creación literaria. Cuentos, microrrelatos y poesía.

SUEÑOS DE NIÑOS

–El cielo…el cielo… –Aún era temprano y no se podían ver las estrellas, de hecho, no veían más que un azul infinito sobre ellos– ¿Una nube? –Preguntó él, notando que no había ninguna.

OBITUARIO - JAIRO ANÍBAL NIÑO

Ha muerto un hombre cuya madurez fue inocencia. A quien los años no le sumaron adultez sino infancia; un hombre que regalaba bosques en cajas de semillas y veía flotillas enteras de barcos en charcos.

NEGRO

—Recostado sobre la cama miré a través de la ventana en la que apenas se proyectaba la luz de una escuálida luna opaca, seguramente por el paso de una nube —dijo el anciano con parsimonia, mientras ponía azúcar a su café. Luego de probarlo, continuó—

CONTENER EL ALIENTO

Contener el aliento,//Cerrar los ojos.//Recordar.//Intentarlo, al menos.//Recordar la valentía heroica,//la intrepidez diaria.//La infantil alegría,//la mañana clara.

21 de noviembre de 2010

Tango Mishio del que no Sabe Hablar Lunfardo

Me dejás boleado,
con el bochín en batifondo,
con un behuen alborotao;
y una sonrisa batistela que
grita a mi alegría por todo el Bodegón.

Y tu, entre el  bramaje,
te borraste de mi vista,
entre otras bataclanas
mientras suena el bandoneón.

¡Ay de mí!
Mi calabaza calandraca,
no deja de dar vueltas;
solo piensa en ti no más.

¡Ay de mí!
Este camote es mí cafua,
y de ser un galan muy calavera,
hoy soy un cafisho, un gigoló.

Cuando de camino al bulín,
te veo pirarte con un buenudo,
que de burrero tiene mucho
pero va con uniforme de botón.

Ahora es claro que lo tuyo es el biyuyo,
que tu mundo es la academia,
que debo abrirme de tus pasos,
y con alpiste... otra mina he de encontrar.

16 de octubre de 2010

Una Llamada

El teléfono suena,
saludo, me hablas.
Respondo, tu callas.
Tu turno.
Ahora tu hablas.
Feliz, procuro callarme,
no interrumpir, no hablar,
elijo oírte, prefiero escucharte.


¿Tiempo?
¿Distancia?
No existen.
Es trivial lo que dices,
pero no hay más nada,
llegas a mí. Me llamas.
Como desde una foto, me miras.
Como una carta. ¡Son tus palabras!
Como ahora, en una llamada...
"¿Sigues ahí?" preguntas;
asiento,
no me ves recuerdo
Reacciono. Respondo.
"Si, dime"
Te despides, tienes prisa.
Yo escucho tu prisa
me lleva de golpe a mi sala,
Te aparta. te lleva lejos,
al otro lado de la línea,
a tu casa, a la calle,
desde donde me hablas.

Nos veremos mañana, me dices.
Estarás allí, pienso, para mi... allí.
¿Me esperas? —preguntas
Saldré tarde, ¿Me esperas?
Iré por ti, y, vendrás conmigo.
Estaré contigo.

Cuelgas, y la distancia aparece.
Cuelgas, y ya todo existe.
Más gris, apartándote. De nuevo.
Pero ahora, ahora que cuelgas,
estamos allí, no aquí.
Ambos, aunque no lo sepas,
estamos en tu lado de la línea;
juntos, hasta que me traigas,
hasta que te traigas mañana
conmigo, contigo.

6 de septiembre de 2010

Obituario: Jairo Aníbal Niño



Estoy triste. Ha muerto un hombre cuya madurez fue inocencia. A quien los años no le sumaron adultez sino infancia; un hombre que regalaba bosques en cajas de semillas y veía flotillas enteras de barcos en charcos. Uno que dibujaba escuadras de aviones en el cielo, en ese cielo que son los brazos de las niñas de las que en el colegio cualquier escolar sencillo se enamoraba. Un hombre que nos recordó la alegría de querer; que revivió para nosotros las cartas que hicimos hace mucho, cuando esa niña de ojos azules como el cielo y cabellos dorados como el sol en la más brillante de las mañanas, nos miraba desde allá, lejos, desde el otro lado del patio, y nos dedicaba una sonrisa.
Aún podremos decirle a alguien que no busque más su cuaderno de geografía y recordaremos los limites de nuestra patria sabiendo más allá de toda duda que uno, inevitablemente, limitaba por donde fuera por ella, la compañera de escuela. Esa que nos sonrojaba; esa que a veces se llamaba María, quizás Paula, otras veces Liliana y otras Alejandra; que a veces era alta y severa, como una maestra, y otras solo una niña nueva que llegaba a la clase un afortunado 15 de Mayo, tan afortunado como cualquier primavera en esa fecha. Se nos fue Jairo Anibal Niño. No nos queda más que romper una lanza por ese pupitre vacío, por ese niño ausente. Por ese que en la ausencia de otros limpió la luna, reflejada en agua sucia, con el borde de su manga. Hoy es él el que nos falta. Y desde que se fue se hizo un poco más lejana nuestra infancia. Paz en su tumba.

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Colombia - Jairo Aníbal Niño
Colombia limita al norte con el mar Caribe ,
al sur con Ecuador y Perú;
al noroeste con la República de Panamá,
al oriente con Venezuela y Brasil
y al occidente con el océano Pacífico.
Yo, al norte, al sur, al noroeste,
al oriente y al occidente, limito contigo.

Supe que te amaba - Jairo Aníbal Niño
Supe que te amaba
-más allá de toda duda-
el día en que estabas
colocando un clavo en
la pared
y te golpeaste con el
m a r t i l l o
y a mí me empezó a sangrar
el dedo pulgar.

Y a mí qué me importa - Jairo Aníbal Niño
Y a mí qué me importa que
ya no me quieras.
¿Es que acaso no oíste
cuando hace seis meses,
dos días, cuatro horas,
quince minutos y tres
segundos,
te dije: —Hágame el favor
y me tiene mi cariño y
mi bufanda
que dentro de un rato vengo
por ellos.
Claro que no estoy negando
que hace seis meses,
dos días y cuatro horas, me
devolviste la bufanda.

¿Me haces un favor? - Jairo Aníbal Niño
—¿Me haces un favor?
—¿Qué clase de favor?
—¿Quieres tenerme mis
avioncitos durante todo
el recreo?
—¿Durante todo el recreo?
—Sí, es que tú eres mi
c i e l o .

En secreto - Jairo Aníbal Niño
En secreto
recogí el vaso en que habías
bebido
y lo llevé a mi casa.
Por las tardes, cuando llego
del colegio,
lo coloco bajo el grifo
y veo flotar un beso
en el agua.

Lección de música - Jairo Aníbal Niño
Do,
r e ,
m i ,
f a ,
s o l ,
l a ,
s i .
¿Sí?
S í ,
mi
s o l ;
s í .

Después de superar - Jairo Aníbal Niño
Después de superar
treinta y dos miedos y medio
por fin tuve el valor de
acercarme a ti
y decirte:
—Buenos días.
Y luego de un silencio que
duró medio miedo,
pude agregar:
—¿Verdad que está lloviendo
mucho últimamente?
Después de superar
treinta y tres miedos
por fin tuve el valor de
acercarme a ti
y junto al buenos días
ofrecerte una bolsa de
palomitas de maíz.
Espero que te hayas dado
cuenta
de que por lo menos una de
las palomitas era
mensajera.

1x1 - Jairo Aníbal Niño
¿1x1?
—Uno.
¿1x2?
—Todo.
¿Todo?
—Sí; si los dos se
tienen cariño.  
Te has ido - Jairo Aníbal Niño
Te has ido
Y una luna sucia flota sobre el agua
Te has ido
Y ya no me queda nada por hacer;
Solamente meterme al lago,
Coger con cuidado a la luna sucia
Y limpiarla con mi manga.

31 de agosto de 2010

De Una Mujer con Ojos de Sol


Descansa sobre la almohada, descansa.
Deja al sueño que sea y repare. Desciende.
Que mientras sin rumbo flotas, agotada,
Todo mal te pierda pista y no te encuentre.

Que en tu sueño a tu vera vengan,
presurosos, millonarios besos,
y te cubran toda, como abrigo,
libre de angustias, de dolores y de olvidos.

Que el mal aire que tu pecho alberga, marche.
Sea él, abatido por prodigiosa cura, quién salga.
por armas, canciones y caricias, vida;
que siempre en la voz de una madre vibran.

Y al final, al abrir los ojos la mañana,
Allí, cuando las aves vuelen,
cuando el ave cante y el río baje,
la luz ya no será de sol, sino de ojos.
De ojos de mujer recuperada.


1 de agosto de 2010

Un Trocito Ruinoso de Esperanza

Es preciso, dijo ella mientras limpiaba un retrato antiguo, que no olvidemos lo ocurrido. Todo aquello que nos dijeron los espejos. Todo lo que no sobrevivió a la inundación; lo que ya no existe, el lujo y el desastre que la prosperidad nos trajo. Tus risas y las mías. Tu llanto y el mío. Y es preciso, insistió, porque sino tratamos de recordarlo, porque si intentamos creer que no pasó, no sabremos nunca valorar la felicidad de nuestro sencillo destino; porque si lo olvidamos, quizá no sonriamos con el brillo del cristal, añorando el diáfano reflejo del diamante que ya no existe.
Él apenas si la veía, pero la escuchaba con atención. La luz de sus ojos fue otra cosa que el tiempo se había llevado. Es una idiota, pensó. Siempre viendo el vaso medio lleno, cuando el vaso lleva años roto. Es una ilusa, decía para sus adentros. De qué vale el brillo del cristal, cuando todo brillo es negro... Sin embargo, el amor lo tenía allí y aunque no comprendía bien cómo su destino se había ido a la mierda y lo había dejado ciego y pobre, sucio y tirado en medio de un barrio que se inundaba cada vez que llovía, pensaba en la fortuna de tener a aquella mujer que deshecha por el tiempo, la pobreza y la desgracia, se las arreglaba para regalarle día a día un trocito ruinoso de esperanza.

20 de junio de 2010

Amor y no Amor

Nada hubo, Nada hay, Nada somos.
¡Ay de los  recuerdos de aquellos que creyeron!

Se quedaron sin esquinas los trapecios
Y sin sentido se intercambian las miradas
Sin líneas las cartillas y los libros,
Y sin sonidos ahora vuelan las palabras.

Nada hubo, Nada hay, Nada somos
¡Ay del mundo de aquellos que creyeron!

Se perdió la estabilidad de las paredes,
Y desaparecieron  de los huecos los vacios,
Fuiste, más hoy y ahora ya no existes,
Dueña ya no eres ni de lunes ni domingos.

Nada hubo, Nada hay. Nada somos
¡Ay de las ilusiones de aquellos que creyeron!

En esta  masiva desaparición de soles,
Ya ni guardia hace la luna en las ventanas,
Todo olvido cuando veo que me olvidas,
Ya no hay nada ahora que te marchas.

Nada hubo, Nada hay. Nada somos
¡Ay de los sueños de aquellos que creyeron!

Ay del corazón de aquellos que creen,
Rotas verán todas sus esperanzas,
No importando cuanto tiempo las alberguen
El invierno, frio y cruel, despacio las desgaja.

Nada hubo, Nada hay. Nada somos
¡Ay del tiempo de aquellos que creyeron!

¡Ay del recuerdo, de los sueños y de las ilusiones de aquellos que creyeron!
¡Ay del recuerdo, de los sueños y de las ilusiones de aquellos que creímos!
Roto en nuestro pecho ruinoso un corazón late,
Rota y desastrada nuestra mente en el mundo estriba.

Más indeseables son esas noches de sosiego,
Y esos días de angustia y hastío, beneficio,
Preferibles, a malvivir sin ser alguna vez amado;
a mal morir, sin nunca en el amor haber creído.

Nada hubo, Nada hay, Nada somos
¡Que buen vivir tuvieron quienes con razón y corazón el amor han vivido!
Nada hubo, Nada hay, Nada somos
¡Ay del recuerdo, de los sueños y de las ilusiones de aquellos que creímos!

7 de junio de 2010

Célebre Discurso a los Respetados Pasajeros de un Autobús

—Las bendiciones no son iguales para todos —dijo él, justo después de saltar la registradora—, a cada uno de los que estamos aquí nos han tocado cosas diferentes; no a todos les ha tocado sufrirse la vida de la calle, (gracias por la ayuda), no a todos les ha tocado sentir frío en un andén mientras intentaba dormir cuidándose de los ladrones. Las bendiciones, señores pasajeros, son lo que a todos los que estamos aquí nos han traído a este bus y nos llevan rumbo al centro. Señores pasajeros, no digo que mi día a día sea más duro que el de ustedes, (tres en quinientos, cinco en mil), igual, solo coincidimos en este medio de transporte que nos hace a todos iguales, pero de todos modos mis bendiciones me tienen aquí, vendiendo dulces, y a ustedes allá, en su silla, rumbo a su trabajo. Cuando terminó de repartir sus dulces, continuó diciendo: Amigos, no les voy a inventar una historia sobre desplazados, ni tampoco les voy a decir que tengo a un hijo imaginario en algún hospital inventado. No me hace falta. Mi vida, como las de ustedes, ya es lo suficientemente complicada como para andar soñando más problemas de los que tengo, sin embargo, cuando las bendiciones son suficientes, el día puede empezar como hoy. Con un trabajo humilde pero honrado; con una salud fuerte, como los días que corren. De ustedes señores pasajeros depende que este día siga un buen rumbo, recuerden, uno en doscientos, tres en quinientos o, para su mayor economía, los cinco en mil. Las bendiciones no son iguales para todos, recuérdenlo…y recuerden también, tres en quinientos, cinco en mil. Gracias por su atención.

Monólogo para una Mujer que se Oculta

¿Cómo te puedo explicar eso que eres para mí? ¿Cómo explicarte que eres esa buena noticia que no acaba de llegar? Cómo explicarte que eres como un día que ya casi despunta y del que ya se siente el calor, pero que no termina nunca de iluminar. Algo así como un mediodía a medias o una sonrisa inconclusa. No tengo aún las palabras precisas... Pero puedo decir que eres como una sombra que se alarga y que al intentar encontrar su origen se vuelve interminable. Infinita. Eres como un coche que no termina de encender o un libro inacabado. Pero, sabes, no es casual que seas eso extraño para mí. Es en virtud de tu incapacidad de llegar a mí, aunque yo intente en vano alcanzarte. Eres como esa playa remota del náufrago que mientras se ahoga, nada contracorriente: como el autobús que se marcha cuando ya se ha corrido varias cuadras en su búsqueda ¿Por qué te niegas a ser alcanzable y te haces estrella en tierra, brillante y lejana, visible pero intocable? Quizá la respuesta está en tu naturaleza, evidente para muchos pero oculta para mí; propensa a no estar nunca propensa; capaz de incapacitar a otros en tu búsqueda. Quizás por eso hoy no me sorprende no verte aunque te vea, sino que me pillas de sorpresa en mí recuerdo. La verdad, allí, donde soy creador de tu naturaleza; donde yo te busco y te encuentro sin que ningún dios o ninguna fuerza me tenga que auxiliar, allí te prefiero. Y es así, porque al menos en ese lugar que no existe es en el único en el que tú, real y definitiva, estás para mí. Donde encuentro la mejor versión de ti, una que no has sido, una que no eres y que no serás nunca tú.

13 de mayo de 2010

El Espejo o La Duda

Siempre me he preguntado que le puedes decir a alguien que tiene ojos de perro abandonado. Esos ojos mustios que se ocultan tras un velo que alguien bordo con lagrimas dicen tanto y de forma tan breve que exigen casi a gritos una respuesta. Es cierto, la angustia, la tristeza, el desamparo y la desesperanza siempre suscitan más interrogantes que la felicidad, la dicha o la buenaventura. Además de soportar el sobrecogedor sentimiento de la pena, esos ojos tienen que llevar a cuestas un abrumador cargamento de preguntas. Sí, es un hecho. Siempre he querido saber que se puede responder a alguien que te hace callar sin decir nada; que consume tu aliento solo levantando la mirada. Siempre me he preguntado que le puedes decir a alguien que tiene ojos de perro abandonado. Pero es más grave aún cuando esa mirada que te calla, que te sorprende, que de triste te suscita cierta reverencia, cierta piedad y que por sórdida, e incluso por sombría, deja un vaho de podredumbre en el ambiente llega hasta ti asomada lánguidamente en el reflejo de un espejo.

8 de mayo de 2010

Verde

Sentada en el prado Mariana veía como aquél chopo se mecía con el viento. Lo hacía como siempre, como todas las tardes desde que cambió su apartamento en la ciudad por la casita de campo en la que vivía. El cambio le había sentado bien, ya podía dormir sin pastillas y no tenía que pensar tanto en que ponerse para salir. Ya no había más autopistas ni atascos, pero lo mejor —pensaba ella— era esa pradera que daba al horizonte, interrumpida solo por el alto chopo bailarín que se mecía para ella todas las tardes. Mariana iba en su bicicleta roja y destartalada por el caminito, donde se cruzaba con algún campesino de sonrisa fácil de los que saludan alzándose el sombrero, y llegaba a aquella postal que hasta ese día pensó que solo ella disfrutaba, al menos eso pensaba hasta ese día. A lo lejos había alguien, un chico con una sombrilla negra que miraba al mismo lado, ella se acerco a él y tan alegre como la el paisaje invitaba a estar, sin mucho protocolo se sentó a su lado y lo saludó:

 —Hola, es bello el paisaje ¿verdad?
 —Si, de veras lo es —dijo él acomodándose las gafas, sin parecer muy sorprendido, añadió— pero, ¿Te has fijado en el viento?
 —¿El viento? —Preguntó Mariana algo desconcertada pero con la mirada fija en el chopo—
 —Si, el viento, te has dado cuenta como hace hablar al prado, parece que le diera voz... Como si fuera un rumor que crece.

 En ese momento el viento golpeó a la pareja. El largo cabello de Mariana se meció como lo hacia el largo pasto de la pradera acariciando por un momento la mejilla del chico.

 —¿Ves? —Preguntó él— Hasta tu cabello baila durante la charla.
 —No lo había pensado así —respondió Mariana y mirando al chopo suspiró— pero tienes razón... ¿Qué dirá?
 —No lo sé. Pero ha de ser algo o muy bueno o muy malo...
Girando la cabeza, mirándolo, Mariana preguntó: —¿Por qué lo dices?
 —Mi madre, que era muy sabia, decía que así son los rumores, empiezan por algo mínimo, algo muchas veces ridículo, y que de repente sin que nadie lo planease —dijo acomodándose de nuevo las gafas—, causan un ruido ensordecedor...
 —Pero no creo que sean malas las cosas que pueda decir el viento en este lugar —repuso ella—, al menos no hoy... por lo menos no ahora—. El chico sonrió y en tono insinuante agregó:
 —Quizás tú eras el rumor del viento…

 Mariana no pudo evitar sonrojarse, agachándose, escondida en su cabello lo disimulo, según creyó ella, con éxito. Enseguida, él preguntó:

 —¿Cómo te llamas?
 —Mariana —Dijo ella con un hilo de voz—, ¿y tú?.
 —Esteban, —y alzando la mano en un gesto muy casual, saludó— Un placer. Sabes Mariana, tienes razón, el viento, al menos este viento no puede decir cosas malas. El prado es el que nos habla aquí y debe estar tan verde que no puede transmitir más que esperanza.
—Sí, de veras es muy verde... Yo vengo aquí porque me siento tranquila... quizá ese sea el mensaje del viento.
—Sí, quizá —asintió él, enseguida añadió—, tal vez tú seas el mensaje del viento para mi... quizás.

El sol se empezaba a ocultar alargando la sombra del chopo casi hasta donde se encontraban ellos.

 —Es hora de irse —dijo Esteban sin muchas ganas—.
 —Sí, es una pena —replicó ella con el mismo animo— ¿vives cerca?.—preguntó—.
 —No, pero podría. ¿Y tú?
 —Sí, vivo solo a unos minutos de aquí —respondió intentando comprender la respuesta—, ¿quieres tomar un café?

Esteban asintió y tomando su bastón se levantó. Mariana no lo había notado, solo en ese momento comprendió  el sentido de los lentes. Juntos se fueron caminando muy despacio charlando sobre el viento y lo verde que es. Tanto como una esperanza... Quien sabe que sorpresa depararía el café.

3 de mayo de 2010

Angustia de una Rana

—Me voy —dijo la luna a la rana—, es preciso que sea así.
—Pero ¿Qué haré en tu ausencia? —preguntó el batracio junto a su charca—, solo conozco el mundo al amparo de tu luz.
—No te aflijas. —repuso la luna— Que no sea mi luz la que esté sobre tu mundo no significa que lo que venga no sea más luminoso, —En ese momento el Viento del Oeste acarició al rana recién nacido, despidiéndose; luego el del Este, cálido como el amanecer que ya venía, hizo lo mismo dándole la bienvenida al mundo. En seguida la luna añadió— Confía. Confía en mí.
Entonces, mientras la luna se desvanecía en el horizonte, la rana se sumergió en el agua dejando sólo sus brillantes ojos fuera, a la espera, expectante. Aguardaba eso misterioso y oscuro que aún no conocía. Eso a lo que la luna llamó día.

18 de abril de 2010

Negro

—Recostado sobre la cama miré a través de la ventana en la que apenas se proyectaba la luz de una escuálida luna opaca, seguramente por el paso de una nube —dijo el anciano con parsimonia, mientras ponía azúcar a su café. Luego de probarlo, continuó— Mis pensamientos no iban sobre lo humano y lo divino, sino sobre trivialidades efímeras que desaparecen en cuanto el tiempo del sueño arrebata la conciencia de ese valle de lágrimas al que todos suelen llamar vigilia. Recuerdo que pensaba en aquella muchacha que tanto me hizo sufrir en mis años mozos. Tiempo perdido sin remedio. Sin embargo, amigo, esa noche fue diferente. —Dejó su taza a un lado y con un tono de voz grave, acentuado por un miedo antiguo que se adivinaba en sus `palabras, en voz baja, añadió— Esa noche la luz de la luna en la ventana, exactamente en la cortina, no fue lo bastante parca para ocultar una silueta que, rumbo a mi puerta, dirigía veloz su paso hacía mi puerta. En la oscuridad de aquella fría noche de lluvia, con el repicar de las gotas contra el cristal del ventanal contiguo, me petrifiqué bajo el insoportable peso de las mantas que hasta ese momento ante esa silueta me brindaban calor. De repente olvidé a mi muchacha soñada y empecé a recordar aquellos espantosos sueños de infancia que me mantenían despierto. Recordé el nauseabundo olor de esas manos putrefactas que atravesando ataúdes de cristal intentaban alcanzar mis tobillos mientras yo, sin aliento y perdido, corría intentando escapar de aquél horrendo camposanto. Sin embargo, el mayor horror no fue ese, amigo, de hecho no fue siquiera el único. Tumbado en la cama, incapaz de moverme, escuché el crepitar de la cerradura de la puerta de mi alcoba. Estaba a punto de abrirse la puerta, mi puerta—.
—¿Estaba cerrada?— pregunté.
—No, la puerta estaba sin seguro. Lentamente se abrió y no reveló a nadie tras de ella...—Dijo él secándose el sudor de la frente—, pero si había algo.
—¿Algo?
—Sí. En el suelo había un gato, uno de ojos brillantes viéndome a los ojos a pesar de la oscuridad de la noche. Sé que solo fueron unos segundos... pero al sostenerle la mirada sentí una presión en el pecho, algo que me aplastaba y me impedía respirar. Algo que me hacía desfallecer.
—¿Desfallecer? —pregunté asombrado, luego insistí— ¿Pensó que moriría?
—No. Solo sentí caer, como quien salta de un abismo, sabe, pero algo detuvo la caída. Algo que aún, desde esa noche me acompaña. —La mirada del anciano se perdió mientras terminaba su historia— En cuanto cerré los ojos, agotado por la presión, un espantoso grito, seguido de un chirrido de uñas me hizo saltar de la cama. Fue como si alguien se hubiese dejado las uñas incrustadas en un barranco, en uno de cristal, intentando salvar la vida. Fue el estridente sonido de la desesperación, de una para mi desconocida hasta entonces y de la cual hoy no conozco su origen ni su destino. Ya el gato no estaba y más nunca volvió esa silueta a mi ventana, o mejor, no sé si volvió alguna vez porque nunca más volví a verla antes de dormir. Lo que sé es que en la oscuridad de la noche, en su parte más negra, allí vive la desesperación, no la de alguien en particular, sino la de todos, la que nos espera sola, sola y desgarrada por la angustia. Yo esa noche fui testigo mudo e inmóvil de un aterrador contacto accidental con nosotros. Joven, se que no tenemos la confianza para estas confidencias, pero yo en la labor es absurdo guardar silencio. No confíe de aquellos que se valen de la sombra, de lo oscuro o de lo negro para vivir, porque en ellos, sin que lo sepan, puedo ver el brillo de los ojos de aquel gato, y en su voz reconozco la voz de aquél grito. Puedo conocerlos, ese es el fatal legado que esa noche dejo en mí.
—Lo tendré en cuenta, aunque eso a lo que usted llama negro, yo lo llamo día y también noche.
—Lo sé. —Repuso el anciano— Pero no es parte del negro. Es más, eso que usted ve no es negro. Joven, usted solo ve oscuridad aunque haya luz. Pero Yo solo veo oscuridad donde realmente ella existe. Ojalá pudiera ver los días negros sin que la sola idea me atormentara, ojalá pudiera ver lo que usted ve, porque así ya no vería nada.
—Por lo pronto debo irme —dijo el joven, acomodándose las gafas—. Voy buscando luz.
Esteban tomo su bastón y alejándose de la barra, salió del bar con la certeza de que no era negro lo que él veía en su eterna noche de ojos sin luz.

17 de febrero de 2010

Rojo

¡Si pudiera Esteban!... ¡Si pudiera decirte cómo son los colores! Qué el rojo vive en las mejillas de tu madre al despertar, y que también lo hace en los ojos de la gente que se despide. Qué, de hecho, vive ahora en mis ojos mientras te escribo esto. ¡Si pudiera Esteban!... ¡Si pudiera explicarte algo más sobre él! Escribir más que, por ejemplo, el rojo es el color de la sangre, o que es el color de los que se pintan incontables corazones en San Valentín; que es con un bolígrafo de este color con el que se califican los exámenes en el cole y que es ahí donde, con suerte, ves que puede ser un color feliz… o triste, dependiendo, claro, de la nota que se merezca.

¡Ay hijo!... Si pudiera ser más preciso y no decir sólo que es el rojo el color de las fresas aunque estas se tiñan el corazón de blanco, como el corazón de las madres, que es rojo de amor y en el centro blanco de pureza. Que es en ellas, tanto en las madres como en las fresas, un color dulce, pero que, del mismo modo, puede ser un color ácido, como en los dulces que de chico yo comía al salir de la escuela. Que puede ser brillante, como la luz de un semáforo, o ceniciento, como la antigua tapicería aterciopelada de los muebles de la casa de la abuela.

¡Ojalá, hijo, pudiera!... Pero solo puedo decirte que está en todas partes. En las banderas de muchos países, incluso en la nuestra, donde simboliza la sangre que los padres de la patria dieron por la libertad, aunque muchos de ellos —irónicamente— eran de familias de “sangre azul”.

¡Ay Esteban!...¡¿Qué puedo decir yo?!... Qué rojo es el color del vino, bebida que calienta la sangre y alegra el corazón. Decirte… Anticiparte mejor, qué en el rojo vino descubrirás tanta alegría como la que sintiera yo al ver a tu madre sonrosada al despertar, o tanta pena como con un rojo cero en un examen de geografía. Ojalá pudiera decirte, de una manera menos torpe, que el dulce vino, aunque rojo como las fresas, no es dulce como ellas sino como la vida misma y que quizás Dios, en uno de sus habituales guiños, hizo a propósito la sangre y el vino del mismo color para recordarnos que ambos son dulces y agradables en su justa medida pero que si se excede esta, la resaca es inevitable.

Quizás Dios nos quería mostrar que la vida es como una copa de vino. Breve. Quizás quiso hacer ver que en el vino hay un trabajo incalculable y que su llegada a la botella, esa misma que tanto alegra la mesa, es fruto de largas jornadas y de esfuerzos inestimables. Como la vida.

Hay tanto que quisiera enseñarte con ese color. Qué se puede mostrar imponente en el cielo, como en un atardecer hace muchos años que tuve la fortuna de presenciar en la lejana ciudad de Mompox, donde el rojo del cielo besó al río Magdalena y cubrió toda la vida como si fuese un gran manto. Uno brillante del tamaño de la esfera celeste. Como un semáforo gigante. Qué no hubo árbol ni casa que no fueran rojos por unos segundos antes de hacerse la noche. ¡Dios y sus guiños!...Quizá así, con un semáforo gigante, quería mostrarnos que es preciso hacer pausas en la vida para que esta nos deslumbre. Para que la podamos saborear… como al vino. Él no pierde la oportunidad para lucirse como un celestial amante de la belleza.

Pero hijo, he de confesarte que no soy sabio y hay mucho de la vida que no sé y que no tendré tiempo para descubrir. No obstante, ese velo que cubre tus ojos y que te impide verme ahora puede que nunca se levante y no quiero perder tiempo para decirte como son las cosas en  este mundo al que acabas de llegar, este que he vivido y que espero puedas ver, así sea a través de mis ojos.

Aún me quedan muchos colores, mi tarea es larga, pero si tuviera que quedarme con uno, uno solo para explicarte el mundo, ese, Esteban, ese sería el rojo.

28 de enero de 2010

La Tenacidad Del Bogotano y La Fortaleza Del Madrileño

Día y hora, Lunes, 6:46 AM. Lugar, Calle 26 a la altura de la Gobernación de Cundinamarca. La fila de carros avanza con lentitud. Un niño llora en un autobús mientras el conductor tararea el vallenato que, carraspeado por los viejos altavoces, suena en la radio. Una señora de forma increíble adelanta en su auto unos cuantos metros y, adivinando la espera, empieza a maquillarse con ayuda del retrovisor. Afuera, en la calle, hace frío. Una típica mañana bogotana. En los carros, hace calor… En los autobuses, tanto que es insoportable. Una nube de humo y polvo se levanta sobre la ciudad y ni los peatones, ni los vendedores y mucho menos los conductores lo ignoran. Muchas personas corren a lado y lado del puente que atraviesa esta importante avenida. Tramitadores, abogados, estudiantes e incluso militares y policías son parte del paisaje. Todos tienen algo en común. Van tarde. El trancón, como se suele llamar en Colombia  a los embotellamientos, es descomunal y retrasa los planes de todos los que intentan moverse por allí, indiferentemente si van a pie, en coche oficial o en autobús.
— ¡Está tenaz! —Dice a un amigo por el móvil la mamá del niño que llora. Luego añade—. Si… que si... Qué yo salí a tiempo…  No sé, como quince minutos y no nos hemos movido… No, no sé, espero que no… Pero es que parece que se estrelló un carro… o no sé. Total: ¡Esta tenaz!
Día y Hora Lunes, 7:46 AM. Lugar, Coche de metro de línea 6, en algún punto entre las estaciones de Cuatro Caminos y Guzmán el Bueno. El metro a  reventar, como es habitual el primer día de la semana, colmado de gente de todos los colores, edades, profesiones, destinos y nacionalidades. En una de las bancas de cuatro puestos, están sentados un ecuatoriano con su hija en las piernas, un anciano español, una delgada y rubia rumana, y un colombiano. Alrededor de ellos una plétora de jóvenes universitarios —la estación de la ciudad universitaria es solo dos estaciones después— y de oficinistas. Muchos de ellos tienen reproductores Mp3 o móviles que usan para escuchar música durante el viaje; otros solo conversan, muchos otros leen y otros intentan, en medio del apicassado paisaje que recuerda por su atropellado orden al Guernica, dormir una placida siesta. Sin embargo, el “orden” se rompe cuando por el altavoz un hombre, el conductor del metro, anuncia con parsimonia:
—Por motivos técnicos  la línea seis presta su servicio a una velocidad más lenta de lo normal.
— ¡Qué fuerte! —exclama uno— Hoy si madrugue ¡Y mira!...
—Solo madrugas para los exámenes e incluso a ellos llegas tarde —respondió una voz femenina—, luego tenemos que darnos caña porque el examen no es en la clase, sino al lado de la oficina de Mercedes.
— ¡Madre mía! Eso está lejísimos… ¡Y yo que iba a salir más tarde!
Una voz, ya no del conductor sino una femenina, vuelve a resonar y sin pedirlo, todos guardan silencio para escucharlo:
—Señores pasajeros, Metro de Madrid informa, que por motivos técnicos el servicio entre las estaciones de Cuatro Caminos y Príncipe Pio sufre un retraso de más de 30 minutos.
— ¡¿Más tarde?!... ¡Qué fuerte me parece!—Exclamó la chica—. ¡Ya no alcanzaremos al examen!
—¡Joer… Este si me lo había preparado!...
Hay veces que no es que el tráfico sea solo insoportable, o el llanto de un niño desesperante, o una canción insufrible; hay veces en que no es que el metro solo esté atestado, o que no se esté preparado para un examen. Hay veces donde pasa todo. Nos pasa todo y, además, todo junto. Es en momentos como esos, fuertes y tenaces, donde se prueba de que pasta están hechas las personas; Cual es en realidad su capacidad de reponerse a los problemas y seguir adelante. Ahí, cuando la situación “¡Está tenaz!” y la lentitud del metro nos hace, si no decirlo, al menos pensar “¡Qué fuerte!”… En detalles tan simples como tener una palabra fija para describir algo complejo, es donde se ve lo grandes que nos hacen nuestras ciudades de origen. Quien dijo que una imagen vale más que mil palabras no conoce ni la tenacidad del bogotano, ni la fortaleza del madrileño. Para los dos, una palabra vale más que mil imágenes.

27 de enero de 2010

El Mayor Problema

El problema de lo que pasó entre nosotros no fue que me dejaras. No tenía sentido entonces insistir en que volvieras, en que te quedaras conmigo. De hecho, los dos lo sabemos, hoy tampoco lo tiene. Era preciso que me dejaras y ese era el momento. Eso lo comprendí. Fue lento, complicado y doloroso, muy doloroso, pero lo hice.
No fue que me dijeras, casi sin explicaciones y estando lejos como estabas, que era preciso no volver a hablarnos; ni fue tampoco la súbita desaparición de tu nombre en mi correo y del buzón de voz del móvil. Aunque triste y difícil, el mayor problema tampoco estuvo en  el ejercicio de traslado de fotografías nuestras de los portarretratos dispersos por toda mi casa, a cajas, donde, como en ataúdes, podía descansar tu recuerdo.
Cuando te fuiste yo me quedé esperándote. No, no creas que me refiero a algo físico. No te hablo de esperar como quien espera el autobús, o como aquél que, sentado en una banca, en un parque o una plaza, espera la llegada de su cita. No fue así porque, a diferencia de las despedidas corrientes, la nuestra fue hecha cuando tú ya estabas lejos. Cuando ya te había dado dos besos y arreglado la bufanda para que no te diera frío. Te fuiste y luego, ya lejos, te volviste a ir. Ya no había posibilidad de besos o bufanda; ni de lágrimas a través del cristal o de último abrazo. No sé si por no tener eso, por alguna razón que aún intento aclarar, guardaba la esperanza de que por iluminación divina, sabría en mi corazón que estabas fuera de mi vida. Estarías lejos de verdad y no, como hasta entonces, ausente pero presente.
Te fuiste, es cierto ¡y dos veces además!... ¡Pero te conserve conmigo tanto! ¡De una manera tan intensa y tan profunda! …que nunca creí que en realidad te hubieras ido.
Cuando te fuiste yo me dedique a buscar tu rostro en otras personas, en todas las personas, y al no encontrarlo, se hizo difuso. Se convirtió en un ensamble de rostros nuevos y antiguos. De niños felices y de señoras apuradas; de ejecutivos jóvenes y mendigos harapientos; de músicos ambulantes y vendedoras tristes. En ese momento, cuando ya no sabía a ciencia cierta cómo era, cualquier rostro que veía de alguna forma, retorcida e incomprensible para cualquiera, pero meridiana y autentica para mí, tuvo algo que ver con el tuyo. Y ese fue y sigue siendo el mayor problema. Intentando olvidarte, todo el mundo quedó con algo del semblante  que yo hice para ti. Así hubo en el mundo solo un rostro diferente al mío, tu rostro.

24 de enero de 2010

Una Boda Original

Ninguno de los dos lo pensó cuando se conocieron. Él, tan distraído como siempre, ni se percató de como iba vestida y, de hecho, como suele ocurrir —a él con considerable frecuencia—, no recordaba cómo se llamaba ella al final de la cena en la que coincidieron esa noche. Ella por su parte lo notó gracioso, casi ridículo y sin  mayor importancia. No obstante, se sentaron cerca y platicaron un poco de todo y de nada. Cambiaron teléfonos, pero, a decir verdad, casi lo había olvidado cuando, terminada la reunión, fue a dormir a casa.
Pasados unos días hablaron más. El llamó primero. Se encontraron, al principio, de forma irregular, luego, casi sin planearlo, después con frecuencia y al final casi por necesidad. Miguel por fin aprendió su nombre, Clara, y además aprendió su risa, sus gestos y sus gustos. La sabía fanática de ese grupo que él detestaba y, aún así, a pesar de eso, se descubrió enamorado. Clara, por otra parte, descubrió que el carácter risueño de Miguel le iba bastante bien. Reía con él —mucho, más de lo que acostumbraba, que, además, ya era bastante—, y a veces dejaba caer frases con las que, pensaba ella, podrían pensarse muchas cosas. Ella lo quería, lo quería mucho —que como solía decir—, era la forma en que sabía querer. Lo descubrió feliz cuando ella también lo estaba, e incluso cuando estaba triste todavía era feliz para alegrarla. De verdad lo quería mucho.
Es curiosa la vida. Muchos años después, él, en su habitual caos, pensaba en matrimonio. Planeaba como sería la entrega del anillo; que diría mientras lo entregaba. Nervioso cavilaba sobre la iglesia que elegiría, las flores que decorarían las sillas y a quién invitaría. Ella, por su parte, hacia también los mismos cálculos y muchos otros que nunca comentó, todos ellos con el detalle propio de una novia en potencia que es, por supuesto, mucho mayor. Así se pensó la boda. Como si de un único plan se tratara; como una pieza de piano tocada a cuatro manos.
Sin embargo, el curioso azar movió las fichas. Al final, como era de esperarse, si hubo boda. Las flores fueron azucenas, como Miguel quería; también fue una ceremonia muy íntima y familiar como lo habían pensado, cada uno por su cuenta, preocupados por  mantener el calor familiar de la celebración. Incluso, un organista, no un equipo de sonido, tocaba la marcha nupcial y ella, preciosa, toda de blanco, como su vestido la noche de la cena donde conociera a Miguel, se acercaba al altar ante la mirada expectante de los asistentes. Todos estaban allí. Todo era perfecto, tal como ambos lo habían pensado. Sin embargo, Clara tenía claro mucho antes de esa feliz escena que algo debía cambiar. El que esperaba frente al sacerdote, con un frac y sonrisa paloma, ciertamente, no era Miguel.

23 de enero de 2010

Pienso luego...*

—Solo pienso— dijo ella.
—¿Solo piensas? —preguntó él, después añadió— Luego, ya no existes, ¿o existes?¿O piensas que solo existes?... —mirándola con expresión confusa, continuó— Pero, puede que, dado que piensas, existes... ¿O no piensas, solo existes, y dices pensar? Pero, y si piensas, pero no en existir ¿Sabes que existes? Hmmm… —Farfulló él como intentando salir de un invisible mar de dudas, finalmente preguntó— Si no piensas que existes, dado que no sabes que existes ¿Es importante en lo que piensas?
—Pienso que existo —Afirmó ella sin prisa—. Luego pienso en lo que existe, por tanto, también existo —Con una gran sonrisa, concluyó—. Pero sí... Sólo pienso.

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* Este microrrelato no habría sido posible sin la ayuda de Juliette. ¡Muchas gracias!

18 de enero de 2010

La tierra, un tema de juicio

En Corrección...