19 de diciembre de 2013

Enjoyados

Ahí estaban todos ellos. Con collares henchidos de diamantes, rubíes, turquesas y esmeraldas. Los engastes, ricamente decorados, parecían más lazos de finas sedas que duro metal labrado. Brillaban las coronas, las diademas y los tronos: los cetros, los anillos, los bastones de mando y más de un toisón. Sujetados con fuerza por sus dueños, a través del cristal los veía; pero, no era tanto lujo ni tanta riqueza; no era el brillo de tanta grandeza lo que centraba mi atención. Era el vacío. El vacío de carne en sus manos, todas ellas en los huesos con la piel fijada a las falanges que sujetaban con fuerza, incluso con bríos, esas joyas que antaño las llenaron de gloria. El vacío, sí, el vacío en sus cuencas, donde otrora ojos brillantes, agudos y perspicaces brillaron y ahora eran hogar de gusanos inmundos. Así abandonaron el mundo, entre fétidos olores escondidos tras las acristaladas bóvedas que fungían como tumbas en aquel desgraciado lugar.

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